Su poder acabó en el año 909, cuando los fatimíes alzaron el suyo en el Magreb y se expandieron por el norte de África.
Ibrahim sometió a control un área que abarcaba el este de Argelia, Túnez y Tripolitania.
La conquista musulmana de Sicilia se extendió durante setenta y cinco años como consecuencia de la feroz resistencia que opusieron las guarniciones cristianas bizantinas y las rivalidades que enfrentaban a los caudillos árabes entre sí.
También se adueñaron de la isla de Malta (868) y sometieron a tributo a Cerdeña, con lo que los aglabíes se convirtieron en dueños del Mediterráneo occidental durante el final del siglo IX.
Para entonces el Estado aglabí estaba en plena decadencia: debilitado por intrigas palaciegas y rebeliones tribales, por el oeste su autoridad apenas alcanzaba Constantina.
[4] Más allá se extendía la estepa dominada por sus rivales rustumíes, también débiles.
Esto ocurrió en Cairuán y los aglabíes no opusieron resistencia a la expansión de los fatimíes, que los absorbieron en el año 909.
El último emir aglabí, Ziyadat Alá III Abú Mudar ibn Abdalá, huyó a Egipto acompañado por mil de sus eunucos saqaliba, que portaban cada uno mil dinares de su señor.