Como la sucesión en el condado estaba reservada a su hermano mayor, el primogénito, Adolfo siguió la carrera eclesiástica que empieza de muy joven en Münster y en San Severín de Colonia.
La nobleza rechaza este nombramiento y propone a Arnoldo de Loon.
Por esta paz, debía compartir su poder, respetar las libertades, limitar el autoritarismo y aplicar una justicia más imparcial para todos los súbditos.
Dieciséis delegados de los estamentos y cuatro funcionarios obispales redactaron la Carta de los XX, que establecía las condiciones para gobernar el país y limitaba el poder del príncipe-obispo.
[6] Esto fue seguido de revueltas, treguas pactadas y tratados no respetados.
Adolfo, apoyado por Felipe VI de Francia (1293-1350), se postuló como aspirante a la sede vacante pero el papa Juan XXII prefirió a Walram de Jülich.
No obstante, dejó los asuntos cotidianas en manos del coadjutor, los vicarios y de la administración obispal, mientras de dedicaba a guerrear en campañas militares con su amigo Felipe VI.
Esto traía complicaciones y daba lugar a conflictos de intereses.