Varias veces ocupó cargos en el cabildo de su ciudad y fue también profesor en la Universidad.
Los soldados los abandonaron y se volvieron a sus casas, causando la dispersión de sus jefes.
Aunque su responsabilidad política era muy escasa, el hecho de haber sido capturado junto al gobernador causó que fuera incluido en la sentencia de muerte que la Primera Junta dictó sobre Gutiérrez y Liniers.
Pero, estando en camino, la comitiva fue interceptada por el vocal de la Junta Juan José Castelli, que ordenó su inmediato fusilamiento.
El obispo Rodrigo de Orellana fue perdonado por su investidura eclesiástica, pero fue confinado en Buenos Aires.