Víctor Cortezo

Pese a todo huía de las guardias, se escapaba en los permisos y pasó buena parte del tiempo arrestado.

Hizo una amistad particular también con Paul Colin, un conocido escenógrafo, figurinista, dibujante, cartelista y diseñador.

En 1932 consiguió exponer sus obras en la librería “Les nourritures terrestres”, en el boulevard Montparnasse; decoró un hotel en Florencia y otro en la Selva Negra.

Por último estuvo en la finca familiar de Matillas (Guadalajara) e interrumpió su periplo para instalarse un tiempo en Mallorca con su antiguo amigo Luis López Escoriaza.

Víctor Cortezo fue muy admirado por el fotógrafo y diseñador británico Cecile Beaton y por el pintor y figurinista de origen ruso Erté, quien, al llegar a España para exponer en la sala Juana Mordó, lo primero que hizo fue preguntar por Cortezo, según Peláez: “Quiso tener un encuentro con él, pero Vitín contestó ‘que él a viejas damas no las recibía’, haciendo uso de su popular lengua vitriólica; a quien respetaba de manera reverencial fue a José Zamora”.

Una decena de periódicos (entre ellos El País, ABC, El Alcázar y la Hoja del Lunes malagueña) publicaron notas necrológicas y amplios artículos durante varios días, con firmas como Luis Escobar, Juan Gil-Albert, Sebastián Souviron, Manuel Díez-Crespo, Antonio de Obregón, Francisco Nieva o Emilio Sanz de Soto, donde se le calificó de “auténtico surrealista”, “mitad diablillo, mitad ángel azul”, “gran trabajador”, “primer figurinista teatral de aquellos tiempos”, “magnífico y gran conversador”, “continuo invento”, “bohemio impenitente”, “enfant terrible”, “maravilloso insurrecto”, “desenmascarador” de la vulgaridad... Su amigo el poeta Juan Gil-Albert le escribió una “antinecrológica” en la que recordaba el poema que le dedicó Luis Cernuda: “Gracias amigo, bien vaya / donde quiera que estés y te acompañe / Dios, si es que quiere”.