Aquellos que seguían esta nueva tendencia eran conocidos como "liberales radicales", en contraposición a la "liberales volterianos" (voltairiens libéraux) que apoyaron el régimen absolutista ilustrado y dieron lugar al Orangismo belga.En los años posteriores a la Revolución belga, y después de la exclusión de los demócratas radicales y los republicanos (incluyendo a De Potter), la política unionista se impuso como una necesidad para seguir avanzando tras en la independencia del país.Esta fórmula permitió consolidar las estructuras del nuevo estado, crear instituciones políticas y judiciales estables y promover la firma de acuerdos sobre centralización, el papel de provincias y ciudades en el nuevo estado o la educación primaria.[1] En todo caso, el desacuerdo entre católicos y liberales fue creciendo, acerca de cuestiones como el papel del clero en la sociedad civil o la asunción, por parte del Estado, de la responsabilidad en la educación y el bienestar público.[2] El partido católico fue creándose gradualmente en respuesta y Bélgica fue gobernada por ejecutivos monocolores de uno u otro de esos dos partidos hasta que el crecimiento del socialismo belga le llevó al poder tras la institución del sufragio universal en 1948.