La estatua se colocaba encima de una hoguera, con lo que la temperatura del interior aumentaba como en un horno.
Los alaridos y los gritos de las víctimas salían por la boca del toro, haciendo parecer que la figura mugía.
La leyenda cuenta que su diseñador, Perilo, murió al ser introducido en su propia creación por orden de Fálaris cuando le presentó el instrumento.
Sin embargo, es más probable que fuese Publio Cornelio Escipión Emiliano, alias Escipión el Menor, quien regresó este toro y otras obras de arte robadas a sus ciudades sicilianas originarias después de la destrucción total de Cartago (c. 146 a. C.) que puso fin a la tercera guerra púnica.
Lo mismo le sucedió a san Antipas, obispo de Pérgamo durante las persecuciones del emperador Domiciano y el primer mártir en Asia Menor, quien fue asado hasta la muerte en un toro de cobre en el año 92.