Después pasaría a Armada del Océano, prestando su apoyo y auxilio al marino don Antonio de Oquendo donde sostendría algunos combates navales.
Sopesando vencer la embestida, el buque holandés, puso rumbo de encontrada hacía la nao española, al llegar le pidieron cuartel aduciendo que su capitán estaba gravemente enfermo, al mismo tiempo que todos los españoles aparentaban estar enormemente asustados.
La reacción de los piratas, fue intentar disparar sobre su propio buque, que ya había sido abordado y conquistado por los españoles, pero como encontraron la artillería inutilizada, no tuvieron más remedio que resignarse a ser apresados por los españoles.
En este caso, la jugada le salió redonda, puesto que logró entrar en la bahía de Cádiz, con el buque holandés apresado.
Una de las veces que se encontraba en Madrid, y obligado a huir de la justicia que lo andaba buscando, su ingenio se impuso una vez más y logró esquivarlos haciéndose pasar por un lisiado paralítico.
Aunque ahora vestía hábito monástico, parecía que las dificultades le buscaban allá por donde iba, de nuevo, en un viaje al norte de África, el buque en el que viajaba junto a otros frailes y el prefecto de la Orden, fue visto por un navío holandés, que inmediatamente se puso a dar caza al español.
En su nuevo estatus se comportó muy dignamente, era muy devoto y cumplía a rajatabla las disciplinas de la orden.
-exclama el ventero-, mucho me temo…, porque hombre más tremendo que ese no lo he conocido jamás.
En nuestra cuestión de límites con la Guayana inglesa, el único argumento sólido e incontestable que pudimos presentar para justificar nuestro derecho sobre Guayana fue la obra que allí hicieron los misioneros.