Antonio de Oquendo

Hacía 1594 pasó a la Armada del Océano, cuyo general era entonces don Luis Fajardo.

El corsario trató de desaferrarse para huir, pero Oquendo entró con su gente, apresándolo.

El otro buque, que se había estado batiendo al cañón con la “Dobladilla”, huyó a toda fuerza de vela y no pudo ser alcanzado.

Fue recibido triunfalmente en Lisboa, felicitado por el rey Felipe III y por su capitán general don Luis Fajardo.

Con esta armada guardaba las costas ante las amenazas de los neerlandeses, que venían dispuestos a incendiar los buques españoles en los puertos cantábricos.

Intervino al fin su protector, el príncipe Filiberto, cuyos buenos oficios lograron su liberación.

Tan complacido quedó el rey don Felipe de su servicio, que escribió de su puño y letra: «quedó tan agradecido a este servicio que me habéis hecho, como él lo merece y os lo dirá esta demostración».

Entonces, Oquendo consiguió aferrarse con hábil maniobra a la capitana enemiga por barlovento, de tal modo que los fuegos y humos fuesen hacia el neerlandés.

Hans Pater trató de desasirse, mas no pudo, pues el capitán Juan Castillo saltó al buque neerlandés y aparte de los garfios, lo aseguró con un calabrote que amarró a su palo.

Otro galeón neerlandés se colocó pronto por la banda libre del Santiago, pero también acudieron los españoles en auxilio de su general.

Al fin, un taco encendido disparado por un cañón del Santiago prendió fuego a la capitana neerlandesa.

Hans Pater encontró la muerte en el agua, a donde se había arrojado con gran número de los suyos.

Tuvo la satisfacción Oquendo de saber que el galeón apresado por los neerlandeses, el Buenaventura, no pudo ser aprovechado, y que los españoles prisioneros se apoderaron de la carabela donde los llevaban y se fugaron.

En 1636, Oquendo estuvo de nuevo arrestado por batirse en duelo en Madrid, provocado por un caballero italiano al que sin herir gravemente dio una fuerte lección.

Hizo presente en qué malas condiciones de combatir se hallaban, sin gente y sin pólvora, considerando que esta salida solo suponía ofrecer a los enemigos una fácil victoria.

El 20 de julio, el secretario del rey, Pedro Coloma, firmaba una carta en que se notificaba a Oquendo que se le hacía merced del título de vizconde.

En doce transportes ingleses iban tropas del ejército para reforzar las de los Países Bajos.

Durante muchos días hubo que estar dando a las bombas de achique y tapando boquetes, pero al fin fue salvado el galeón Santiago.

Dijo «Ya no me falta más que morir, pues he traído a puerto con reputación la nave y el estandarte».

[5]​ Volviendo a España en marzo de 1640, al estar cerca de Pasajes, donde tenía su casa, al verle tan enfermo, le aconsejaron que entrase en el puerto y que se pusiese en cura.

Oquendo, al oír el tronar del cañón, saltó de la cama, gritando a grandes voces: «¡Enemigos!

Estatua de Antonio de Oquendo en San Sebastián, inaugurada en 1894.
Combate el 12 de septiembre de 1631 entre holandeses y españoles