Sonata para piano n.º 26 (Beethoven)

A finales de ese mes las tropas francesas cruzaron la frontera austriaca y marcharon sobre Viena.

[1]​ Es muy posible que Beethoven comenzara la composición del primer movimiento en abril y no el día de la partida.

Los demás movimientos, "Abwesenheit" (Ausencia) y "Das Wiedersehen" (El reencuentro) son con seguridad posteriores a septiembre de 1809.

Siempre llamó a la sonata "Lebewohl, Abwesenheit und Wiedersehen" (Adiós, ausencia y reencuentro).

Rodolfo era su amigo, su alumno y su mecenas más importante además de un consumado pianista.

Esta es la única sonata a la que Beethoven asignó títulos de tipo programático para cada movimiento.

Este motivo va a descansar en una armonía de do menor; esta cadencia rota sugiere que la partida es triste.

En una pausada introducción de 16 compases se presentan unos resignados cromatismos descendentes sobre un fondo tonal tan cálido y son retomados con venganza al inicio del Allegro, que constituye la exposición de concepción sinfónica.

[1]​ En el carácter lúgubre y disonante del tono menor surgen puntualmente algunas grietas que dejan ver un rayo de luz, que se podría entender como la esperanza del reencuentro, o quizá un cálido recuerdo, si se sigue el programa.

Tras la fulgurante introducción llega la exposición con el primer tema que ondula entre la tónica y la dominante, recordando un poco al motivo inicial de la sonata.

Sin embargo, los pianistas suelen utilizar el lenguaje corporal para indicar que aún no es el cierre.

La coda, marcada Poco andante, recupera el tema inicial de este movimiento primero líricamente, luego tentativamente con variaciones en la figuración y por último desenrollándolo del todo.

Un estallido final de acordes en tónica junto con octavas rotas dan un cierre brillante a la composición.

Beethoven en 1815.
Portada de la primera edición.
Archiduque Rodolfo, dedicatario de la pieza.