Solón Argüello

Miembro de una distinguida familia nicaragüense, recibió una esmerada educación que lo convirtió en un intelectual progresista.

Habiendo estudiado la carrera docente en su país, en México logró obtener una plaza como profesor en Ensenada, Baja California, adonde se trasladó hacia 1904.

En Tepic literario escribieron sus paisanos Lino Argüello, Santiago Argüello y Rubén Darío; además, el colombiano Julio Florez; Luis Rosado Vega, Rufino O. Leal, Julio Laurent Pagés, Andrés Molina, , Edmundo Castillo, Juan B. Delgado, Severo Amador, y Amado Nervo.

En la revista reaparecieron los antiguos fundadores de la «Sociedad Literaria Manuel Gutiérrez Nájera»: Antonio H. Altamirano y Alberto Herrera.

Aunque tuvo una relación política con el jefe del Territorio, el general Mariano Ruiz Montañés, Solón se fue convenciendo de que la tiranía en México, encabezada por Porfirio Díaz, debía dar paso a un régimen democrático y que recuperara las libertades.

Junto con Rogelio Fernández Güell, fundó La época, bisemanario político, de información y variedades.

[3]​ En noviembre fue nombrado jefe de publicaciones del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnohistoria, y le tocó atestiguar, en primera fila, los trágicos acontecimientos que derivaron en la Decena Trágica.

Primero, a principios de mayo se entrevistó con el jefe del Ejército Constitucionalista, Venustiano Carranza y, enseguida, se trasladó a La Yesca para organizar una guerrilla con el villista Juan Medina.

Según contó a Guillermo Mellado, un periodista contemporáneo, había vuelto a la Ciudad de México para atacarlo en «El Globo» (en la esquina de San Francisco y Bolívar), donde el golpista acostumbraba «tomar licores»: «El sitio era bueno; yo penetraría allí, le daría una puñalada con el arma que me han recogido y saldría después a escape, me perdería entre los desocupados huyendo por la calle del Coliseo.

Trasladado a la comisaría, confesó sus intenciones y al día siguiente su captura salió en todos los periódicos.

Sin alteración de ninguna especie, sin exaltarse en lo más mínimo, estuvo hablando con los presentes diciéndoles éstas o parecidas palabras: «Ya sé que mañana todos los periódicos se desatarán en improperios en contra mía, llamándome porrista, filibustero, incendiario, etc.