El pabellón auricular, por su forma helicoidal, funciona como una especie de «embudo» que ayuda a dirigir el sonido hacia el interior del oído.
[1] Una vez que el sonido ha sido recogido, las vibraciones provocadas por la variación de presión del aire cruzan el conducto auditivo externo y llegan a la membrana timpánica, ya en el oído medio.
La presión de las ondas sonoras hace que el tímpano vibre empujando a los cadena de huesecillos (osículos) que, a su vez, transmiten el movimiento del tímpano al oído interno.
Entre ambas membranas se encuentra el órgano de Corti, que es el transductor propiamente dicho.
En función de estos patrones, al ser estimuladas las células pilosas producen un componente químico que genera los impulsos eléctricos que son trasmitidos a los tejidos nerviosos adyacentes (nervio auditivo y, de ahí, al cerebro), donde se producirá la percepción del sonido gracias al sistema auditivo central.