Allí los congregados acordaron deponer las armas y discutir la propuesta de concordia del monarca.
El rey, que se encontraba en Sevilla, encargó a Lluís Margarit, sobrino del obispo de Gerona Joan Margarit, que fuera a Cataluña para conseguir que los señores y los remensas llegaran a un acuerdo partiendo de la concordia rubricada por los síndicos remensas en enero de 1485.
Por esas mismas fechas bandas remensas asaltaron Calonge y Castellfullit de la Roca.
Allí se eligieron los síndicos remensas que irían a la corte pero estos finalmente no pudieron ir a causa de la negativa del Consejo Real y del lugarteniente a proporcionarles los salvoconductos para el viaje y el permiso para que pudieran recaudar el dinero necesario para el mismo, además de rechazar otras peticiones que Margarit había presentado en su nombre.
[8] Ante el fracaso de la misión de Margarit el rey Fernando II decidió enviar a Cataluña al noble castellano don Iñigo López de Mendoza, «persona comuna y sin passion, con instrucciones y cartas assi para los senyores como para los pagesses, para darles una ultima peremptoria fadiga por traerles a la firma del compromis, pues aquel es el solo útil remedio para las partes desta negociacion», en palabras del propio rey Fernando.
[12] Pocos días después de llegar a Barcelona López de Mendoza se reunió con los brazos eclesiástico y nobiliario a los que hizo llegar los deseos del rey para que se alcanzase a un acuerdo, única forma según el monarca de poner fin al conflicto.
También se acordó en Amer que se reunirían de nuevo en Olot el 22 de noviembre para elegir allí a los síndicos remensas que irían a la corte ―«irían al rey»― para discutir y firmar el acuerdo final.
«Mucho había avanzado Mendoza en pocos días, y aunque sus negociaciones se beneficiaran de los sembrado poco antes por Margarit, es de justicia reconocer que el noble castellano puso a contribución del éxito un trabajo incansable y una inteligencia expeditiva y desapasionada», comenta Vicens Vives.
[22] «Suponiendo que existían 20.000 hogares remensas, la cantidad máxima a desembolsar por los payeses ascendía, por tanto, a unas 6.000 libras barcelonesas, suma no despreciable considerada en conjunto, pero condigna del beneficio económico y humano que recibían los campesinos», comenta Jaume Vicens Vives.
[24] Si el campesino prefería quedarse se le reconocía el derecho a cultivar las tierras indefinidamente siempre que pagara los censos y otros derechos correspondientes al señor y mantuviera la fidelidad que le había jurado.
Asimismo se revocan todas las causas eclesiásticas que hubiera abiertas contra los payeses.
[25][18] Esta parte de la sentencia también se ocupa de los castigos a imponer a los remensas rebeldes, pues «si tales actos no se castigaban, sería en gran deservicio de Dios, muy grande ofensa a Nuestra Majestad, y ejemplo para malhacer y vivir muy permiciosos».
[31] Sin embargo, la ejecución de algunos condenados no devolvió la tranquilidad al Principado.
Después robaron y asesionaron al caballero Juan Pedro de Viure.
Pero finalmente en septiembre de 1489 el lugarteniente organizó un somatén al mando del oficial real Gilabert Salbá contra los payeses «malhechores y condenados» que consiguió expulsarlos del Principado, poniéndose fin así al problema de los condenados que nunca habían encontrado apoyo entre los campesinos ya exremensas.
[39] En cuanto a los pagos efectuados por los campesinos exremensas, hubo ocho talls.
[45] Esta valoración es compartida por César Alcalá cuando afirma que «la sentencia posibilitó un aumento de las explotaciones agrícolas y dejó las manos libres a los campesinos para dedicarse a otras tareas relacionadas con la industria y el comercio».
[47] Para Santiago Sobrequés y Jaume Sobrequés la sentencia es una «pieza capital» de la historia de Cataluña ya que «no solamente liquidaba un grave problema envenenado por la guerra, sino que ponía definitivamente punto final a un pleito secular y creaba en el campo catalán unas nuevas estructuras socioeconómicas que han perdurado hasta nuestro tiempo».
[49] Una valoración esta última que es compartida, además de por Angès Rotger, Àngels Casals y Valentí Gual, por Francesc X. Hernández Cardona: «la rebelión remensa significó la primera victoria revolucionaria de los campesinos europeos.
Conquistas similares no se generalizarían en Europa hasta finales del siglo XVIII».