Revolución comprende tanto el conflicto armado propiamente dicho como las presidencias de Juan Álvarez e Ignacio Comonfort.
Sin embargo, en esta segunda oportunidad dictatorial llevó sus propias aspiraciones a un extremo peligroso.
Lo de menos es que se hubiere nombrado Su Alteza Serenísima por la vía del decreto constitucional.
Sin duda, más allá del descontento popular con el gobierno del Quince Uñas (como llamaba el pueblo llano a Santa Anna porque había perdido una pierna en una batalla), había un profundo malestar entre la pequeña burguesía liberal que se había venido formando a lo largo de la primera mitad del siglo XIX en México.
Además, quedaban otros resabios de la organización colonial, como las aduanas internas, que impedían la modernización del país, y virtualmente lo tenían fragmentado en pequeños feudos dominados por caciques locales.
Por si lo anterior fuera poco, Santa Anna había desterrado a varios liberales conspicuos, entre ellos a Melchor Ocampo (exgobernador de Michoacán), Benito Juárez (exgobernador de Oaxaca), Ponciano Arriaga y muchos más, que se refugiaron en los Estados Unidos.
Al plan se unieron Benito Juárez, Melchor Ocampo y otros liberales desterrados por Santa Anna, que radicaban en los Estados Unidos.
Para recaudar los fondos, elevó nuevamente los impuestos y reinstaló las alcabalas (aduanas interiores).
[3] Los quinientos soldados del Ejército Restaurador resistieron los embates de Santa Anna con éxito.
Finalmente, Santa Anna decidió levantar el sitio, y regresó a la capital.
[5] El Plan de Ayutla fue proclamado rápidamente en otras partes del territorio nacional.
El primer departamento en sumarse a la revolución fue Michoacán, gobernado por Epitacio Huerta.
A mediados de 1854, el Plan había sido pronunciado en Tamaulipas, San Luis Potosí (apoyado por Antonio de Haro y Tamariz), Jalisco, México y Guanajuato (apoyado en este último departamento por el gobernador Manuel Doblado).
[8] Comonfort se dirigió inmediatamente a Michoacán, donde la revolución progresaba con apoyo de los jaliscienses comandados por Santos Degollado.
Por otro lado, en el frente de Santa Anna, las cosas no marchaban mejor.
Santiago Vidaurri había obtenido varios triunfos en el departamento de Nuevo León.
Fue así como comenzaron las gestiones que habrían de terminar con el establecimiento del Segundo Imperio Mexicano.
Ni con todos estos sucesos de gran importancia simbólica, amainaba el temporal revolucionario.
Mientras tanto, el grupo de exiliados, encabezados por Ocampo, se había constituido en Junta Revolucionaria, y poco tiempo después ya participaban también en la guerra.
Allí se nombró la Junta de Representantes, con Valentín Gómez Farías a la cabeza.
Entre ellos, Benito Juárez, Melchor Ocampo, Ignacio Ramírez, Miguel Lerdo de Tejada y Guillermo Prieto.
Una junta nombró presidente interino al general Juan N. Álvarez y después a Ignacio Comonfort.