La Revolución de 1904 fue la última guerra civil que se vivió en el Uruguay, así como la más sangrienta y decisiva en la suerte del país en el siglo XX, cuya finalización determinó, entre otras consecuencias, un nuevo orden como la imposición de los valores eminentemente urbanos e intelectualistas –encarnados por José Batlle y Ordóñez– sobre la cultura del caudillismo rural imperante desde la independencia hasta aquel momento representado por Aparicio Saravia.
Actuaban, además, sectores y grupos que querían la guerra sin importar las consecuencias.
La situación se había tensionado al tal extremo, desde la “protesta armada” de 1903, que bastaba una chispa para hacer estallar la tormenta.
Venía teniendo Cabrera problemas con los brasileños, que transitaban por entonces, en particular en Río grande do Sul, por una situación política tensa.
En estas circunstancias, Carmelo Cabrera metió en cárcel al revoltoso y a algunos de sus secuaces.
Cabrera, que contaba con poco más de 100 hombres en armas, intento negociar con los brasileños y liberó a todos los detenidos, menos precisamente a Gentil Gomes, que estaba en la cárcel por disposición judicial.
Ante la firmeza de Carmelo Cabrera, los brasileños entraron en Rivera en actitud francamente agresiva.
El presidente ordenó no liberar a Gomes y envió al departamento dos regimientos de caballería.
El presidente se negó en redondo; era su derecho constitucional enviar tropas a cualquier zona del país, y no admitía compromiso alguno al respecto.
Para peor, Carmelo Cabrera logró descifrar un mensaje en clave del ministro de Guerra, general Eduardo Vázquez, por el que daba instrucciones a los jefes militares instalados en Tranqueras de que estuviesen listos para combatir en caso de que se pretendiera expulsarlos del departamento violentamente.
Enterado Aparicio Saravia de estos hechos, se reunió con Lamas y otros miembros del directorio; acordaron poner un plazo límite a la permanencia de las fuerzas del Ejército en Rivera.
Según el escritor Lincoln Maiztegui Casas, el presidente que consideraba propicio aquel momento para librar una guerra, que veía como inevitable, decidió aprovechar la coyuntura para provocarla y definir de una vez la tensa situación política.
El Directorio consideró anulados todos los acuerdos y Saravia dio órdenes de movilización, aunque evitando de momento los enfrentamientos, también Batlle detuvo a algunos dirigentes blancos en Tacuarembó.
El 5 de enero Rodríguez Larreta se entrevistó en Melo (Cerro Largo) con Saravia, que aceptó la propuesta presidencial.
De inmediato la Policía comenzó a detener dirigentes blancos en todo el país.
Batlle dirigió personalmente los movimientos militares y dividió a sus tropas en dos grandes cuerpos: el del Sur, liderado por Justino Muniz, y el del Norte, comandado por Manuel Benavente.
[5] Sus enemigos por su parte tenían 12.000 hombres en operaciones, con mejor entrenamiento y equipo.
Acampado sobre el río Negro, Saravia envió una columna al mando de Abelardo Márquez hacia Bella Unión, para que recogiese 1700 fusiles y 250.000 cartuchos que la Junta de Guerra había logrado comprar en Buenos Aires, con la tolerancia casi cómplice del presidente Julio Argentino Roca.
En el campo revolucionario las cosas no estaban mejor: Gregorio Lamas sostenía que la derrota por falta de armas y municiones era inminente.
El caudillo blanco se mostraba entonces deprimido: También por esos días diría: Los blancos se unieron en Rivera y todos marcharon de inmediato hacia el litoral del río Uruguay, donde debían recibir otra partida de armas.
En ese marco, Saravia dialogó con su hijo Nepomuceno: -Nos ofrecen partir la naranja al medio y deseo llegar a Rivera para concretar.
Y si nos toca desarmarnos, podemos devolver muchas armas a nuestros amigos del Brasil.
Escobar firmemente parapetada tras largos cercos de piedra —las denominadas mangueras—, los blancos decidieron combatir; se sentían más fuertes que nunca y probablemente deseaban mejorar su posición en las negociaciones de paz.