Delgado era considerado uno de los máximos exponentes del sistema monopólico, odiado por su soberbia y los castigos «crueles y arbitrarios» que aplicaba.
Los fuertes españoles se hallaron de pronto incomunicados unos con otros.
Los lafquenches y los cuncos se plegaron al movimiento.
Si bien Vilumilla (el toqui que dirigía la sublevación) invitó a los indígenas que se encontraban al norte de la frontera del río Biobío, estos no se plegaron.
Gabriel Cano y Aponte (1665-1733), gobernador de Chile, considerando la gravedad de la situación, ordenó abandonar los fuertes ubicados al sur del río Bíobío, en vista de que eran un foco de preocupación y gastos que según su opinión era imprudente mantener.