El río se utilizó durante muchos siglos como vía de comunicación: en la época romana los barcos comerciales podían remontar el río hasta Roma, hasta el mercado situado al pie del Aventino, mientras que embarcaciones más pequeñas y aptas a la navegación fluvial transportaban mercaderías y productos agrícolas desde la Umbría, a través de un sistema capilar de navegación que penetraba en la región incluso en los afluentes, en particular el Chiancio y el Topino.
La isla era, además, el límite hasta donde podían llegar las antiguas naves de poco calado que venían desde la desembocadura en el mar Tirreno.
A corta distancia, aguas abajo, se construyó (en madera, y como tal permaneció durante siglos) el primer puente de Roma, el Puente Sublicio; tan importante que, según algunos autores, su mantenimiento dio origen al más importante cargo sacerdotal de Roma: el «pontífice máximo».
Los muros marginales de contención de las ramblas del Lungotevere —al igual que en París o en Florencia— hacen difícil imaginar hasta qué punto la ciudad antigua era una ciudad fluvial, con su destino marcado por la evolución del río: esto se ha mantenido hasta el siglo XX.
El último emperador que dispuso una limpieza radical del cauce (álveo) y la construcción de defensas ribereñas fue Aureliano.