Quinta cruzada

El papa Inocencio III y su sucesor, el papa Honorio III convocaron los ejércitos cruzados liderados por las enormes fuerzas militares del rey Andrés II de Hungría y por los batallones del príncipe austríaco Leopoldo VI de Austria, que realizaron una incursión contra Jerusalén, dejando finalmente la ciudad en manos de los musulmanes.

Inocencio III ya había planeado desde 1208 una cruzada para destruir el imperio ayubí y recuperar Jerusalén.

Oliver de Colonia había predicado la cruzada en Alemania y el emperador Federico II intentó unirse en 1215.

Se ofició una majestuosa misa en el antiguo Mausoleo del emperador Diocleciano, recinto adaptado para convertirlo en la catedral de San Domnius.

La cantidad de soldados que se lograron reunir en las huestes húngaras es aún un tema debatido, pero se estima que rondaba cerca de los treinta y dos mil hombres (veinte mil caballeros y doce mil soldados), lo que superaría todas las fuerzas cristianas cruzadas enviadas antes a Tierra Santa.

[3]​ Las fuerzas húngaras y austríacas se habían agrupado en Split, desde donde primero partieron los germánicos y, tras 16 días de viaje, arribaron a la ciudad de Acre, ciudad costera a orillas del Mediterráneo.

Los ejércitos cruzados se dirigieron al sur hacia la cadena montañosa junto a Acre y fijaron un campamento en las afueras de Riccardana, pues las primeras expediciones partieron en busca de provisiones para mantener el enorme ejército.

Ambos monarcas caminaron descalzos hasta la santa reliquia y se arrodillaron ante ella besándola en señal de adoración.

Para entonces, el nuevo Sultán al-Kamil había reorganizado sus fuerzas, lo que, unido a las inundaciones del río Nilo que diezmaron al ejército cruzado en su marcha hacia el sur, acabó con la definitiva derrota cristiana y su posterior rendición.

Fue por tanto una cruzada inútil, que apenas alteró el equilibrio de poder entre cristianos y musulmanes

Mapa de la Cruzada
Llegada del rey Juan de Brienne desde Jerusalén a la ciudad de Acre