Muchos fueron los factores que llevaron al Imperio a perder el apoyo de sus bases económicas, militares y sociales.
Así, al mismo tiempo en que la legitimidad imperial decaía, la propuesta republicana, percibida como significando el progreso social, ganaba espacio.
En ese sentido, era voz corriente en la época, que no habría un tercer reinado, o sea, la monarquía no continuaría existiendo después del fallecimiento de Don Pedro II, sea debido a la falta de legitimidad del propio régimen monárquico, sea debido al repudio público al príncipe consorte, marido de la princesa Isabel, el francés Conde d'Eu.
Aunque la frase de Aristides Lobo (periodista y líder republicano paulista, después hecho ministro del gobierno provisional), "El pueblo asistió bestializado" a la proclamación de la república haya entrado en la historia, investigaciones históricas más recientes, han dado otra versión a la aceptación de la república entre el pueblo brasileño.
Contra las medidas adoptadas por el Imperio para la gradual extinción del régimen esclavista, debido a la repercusión de la experiencia fallida en los Estados Unidos de liberación general de los esclavos que habían llevado aquel país a la guerra civil, esas élites reivindicaban del Estado indemnizaciones proporcionales al precio total que habían pagado por los esclavos a ser liberados por ley.
Eso se mantuvo después de la independencia y significaba, entre otras cosas, que ninguna orden del papa podría entrar en vigor en Brasil sin que fuera previamente aprobada por el emperador (Beneplácito Régio).
En 1875, gracias a la intervención del masón Duque de Caxias, los obispos recibieron el perdón imperial y fueron puestos en libertad.
Pero, en el episodio, la imagen del imperio se desgastó junto a la Iglesia Católica.
Además de eso, frecuentemente los militares del Ejército Brasileño se sentían desprestigiados y no respetados.
Por un lado, los dirigentes del imperio eran civiles, cuya selección era extremadamente elitista y cuya formación era escolástica, pero que resultaba en puestos altamente remunerados y valorados; por otro lado, los militares tenían una selección más democrática y una formación más técnica, pero que no resultaban ni en valorización profesional ni en reconocimiento político, social o económico.
Tras mucha insistencia de los revolucionarios, Deodoro da Fonseca acordó en liderar el movimiento militar.
Los conspiradores se dirigieron a la residencia del mariscal Deodoro, que estaba enfermo, con disnea, y acaban por convencerlo de liderar el movimiento.
Deodoro y Silveira Martins eran enemigos desde el tiempo en que el mariscal sirviera en Río Grande del Sur, cuando ambos disputaron las atenciones de la baronesa do Triunfo, viuda muy bonita y elegante, que, según los relatos de la época, había preferido a Silveira Martins.
Desde entonces, Silveira Martins no perdía oportunidad para provocar a Deodoro desde la tribuna del Senado, insinuando que malversava fondos y hasta desafiando su eficacia como militar.
Además de eso, el major Frederico Sólon de Sampaio Ribeiro dijo a Deodoro que una supuesta orden de prisión contra él había sido expedida, argumento que convenció finalmente al viejo mariscal a proclamar la República el día 16 y a exiliar la Familia Imperial esa noche, para evitar una eventual conmoción popular.
En el Palacio Imperial, el presidente del gabinete (primer ministro), Visconde de Ouro Preto, había intentado resistir pidiendo al comandante del destacamento local y responsable por la seguridad del Palacio Imperial, general Floriano Peixoto, que enfrentara los amotinados, explicando al general Floriano Vieira Peixoto que había, en el lugar, tropas legalistas en número suficiente para derrotar a los revoltosos.
El Visconde de Ouro Preto recordó a Floriano Peixoto que había enfrentado tropas mucho más numerosas en la Guerra del Paraguay.
Don Pedro II, que estaba en Petrópolis, retornó a Río de Janeiro.
El Emperador fue informado de eso y, decepcionado, decidió no ofrecer resistencia.
La familia imperial brasileña se exilió en Europa, siéndoles permitida su vuelta a Brasil solo en la década de 1920.
Sin embargo, según otros investigadores, lo que habría ocurrido sería una creciente concientización acerca del nuevo régimen y su aprobación por los más diferentes sectores de la sociedad brasileña.