Fue hijo de Antonio María Osorio y Pastora Benítez.
Cambió su nombre nativo Miguel Ángel Osorio Benítez por Porfirio Barba-Jacob, el cual conservó hasta su muerte.
Su vida fue un continuo y desgarrado peregrinaje por diversos países de América entre los más destacados Argentina.
Estuvo radicado en Guatemala, Honduras, Costa Rica, El Salvador, Cuba, Perú y México, colaborando con toda suerte en publicaciones literarias y políticas.
Contradictorio, siempre propenso al escándalo, enriqueció la leyenda sobre su extravagante persona con una producción poética peculiar.
Cuatro años después de su fallecimiento, en 1946, el gobierno colombiano trasladó sus restos a Colombia.
[2] La primera referencia a su homosexualidad se encuentra en el libro «El hombre que parecía un caballo y otros cuentos», obra maestra del escritor guatemalteco Rafael Arévalo Martínez, escrita en 1914.
El collar desatado (Canción del optimista) 22.
Virtud interior Señora, buenos días; señor, muy buenos días... Decidme: ¿Es esta granja la que fue de Ricard?
El viejo huertecillo de perfumadas grutas donde íbamos... donde iban los niños a jugar, ¿no tiene ahora nidos y pájaros y frutas?
¿Señora, y quién recoge los gajos del pomar?
Las hierbas, ya crecidas, ocultan el camino.
El agua de la acequia, brillante, fresca y pura, no pasa alegre y gárrula cantando su cantar; la acequia se ha borrado bajo la fronda oscura, y el chorro, blanco y fúlgido, ni riela ni murmura... Señor, ¿no os hace falta su música cordial?
Si os importuno, este precioso niño me puede acompañar.
Recuerdo... Hace treinta años estuvo aquí mi cama; hacia la izquierda estaban la cuna y el altar... Decidme, ¿y por los techos aún fluye y se derrama, de noche, la armonía del agua en el pajar?
Después, una mañana, un médico muy serio vino de la ciudad.
Decid cuando yo muera... (¡y el día esté lejano!
Vagó, sensual y triste, por islas de su América; en un pinar de Honduras vigorizó el aliento; la tierra mexicana le dio su rebeldía, su libertad, sus ímpetus... Y era una llama al viento.
No enflorará tu nombre un verso vano ni entre lo cotidiano irás perdida.
Ah, cómo en el amor estás ardida: se va entreabriendo el alhelí de un beso en tu boca, de múrice teñida, Y desnuda y nevada tu carne a mi deleite fue ofrendada.
¿Qué jardín se te inunda si me lloras?
¿Mi amor no es la clepsidra de tus horas?
En tus labios no miela el colibrí: ¿la vida junto a mí no es más ensueño, más tragedia la vida junto a ti?
Cuán lindo el pie tan ágil y pequeño… Ya en la propicia oscuridad, desnuda, tu carne tiembla y lánguida me oprime: doliente y zaraheño, grita mi corazón: "¡Si está desnuda!"
Hoy quiero solazarme en tu ternura como en las auras que embalsama el heno la noche del sahumerio montesino.
¡Un beso a tu varón, mi hembra impura!