Bajo su liderazgo, la Orden experimentó una fase de expansión territorial y fortalecimiento institucional, logrando nuevas concesiones papales que definirían su estructura y misión.
Esta normativa alineaba a la Orden con los principios cistercienses, estableciendo una disciplina monástica que profundizaba en la vida espiritual de sus miembros y los comprometía en la defensa militar del reino de Castilla y sus territorios.
Para sobrellevar esta situación, reorganizó la Orden, y tras reagruparse, condujo a sus miembros a conquistar y asentarse en el castillo de Salvatierra en 1196, que se convirtió en el nuevo baluarte de la Orden hasta la posterior recuperación de Calatrava.
Bajo su mando, la Orden no solo fortaleció su identidad espiritual y militar, sino que también resistió los embates de los almohades en un momento de gran tensión en la Reconquista.
La confirmación de la regla cisterciense por parte del Papa y la reorganización de la Orden en Salvatierra consolidaron su influencia en la región, favoreciendo su crecimiento en Castilla-La Mancha y otros territorios.