Se doctoró en jurisprudencia en Córdoba en 1797 y regresó a su provincia dos años más tarde.
Se negó a recibir su sueldo del gobierno de Buenos Aires, para que sus decisiones no estuvieran condicionadas, y se pronunció por la unión de las provincias, en oposición a la unidad que querían los porteños.
Tras el primer derrocamiento de Aráoz, se enfrentó con su sucesor, Abraham González, y luego apoyó a todos sus sucesores, que se sucedían a veces semanalmente; hubo doce gobernadores en un año.
Por eso, en febrero, simplemente dejó su despacho, cerró la puerta con llave y se la entregó a la legislatura junto con una nueva renuncia.
Para reemplazarlo fue elegido Javier López, que poco después hacía fusilar a Aráoz.
Se retiró a administrar su estancia Las Tacanas, en Tafí del Valle, donde permaneció alejado de la política.
Convenció a Rudecindo Alvarado de dejar la provincia y nombrar gobernador al federal Pablo Latorre.