Los primeros intentos fueron fallidos y, ante ello, Balmaceda ordenó custodiar permanentemente los puentes clave para el acceso a la capital, con la orden de «dar bala a todo aquel que se acercase al puente sin permiso».
Debían ir en pequeñas partidas, por distintos senderos siendo sobre todo los caminos extraviados o poco frecuentados.
Agregó que ese fundo, por ser del señor Walker Martínez, debía estar sujeto a especial espionaje y seguramente no era lugar más adecuado para reuniones ocultas y de tanta gente.
Entretanto, con la ayuda de algunos oficiales, comenzaron a organizarse militarmente, reconociendo como jefe a Arturo Undurraga, y dividiéndose su fuerza en cuatro compañías, cada una respectivamente al mando de Rodrigo Donoso, Eduardo Silva, Ernesto Bianchi y Antonio Poupin Negrete.
El corneta pareció ser inocente y que sólo había obrado impulsado por su mal criterio.
Con esto la calma volvió pronto al campamento, donde redoblaron la vigilancia y prepararon diversos grupos para haciendas vecinas.
En este pequeño tiroteo resultaron heridos algunos jóvenes, huyendo los demás hacia el huerto, donde, al saltar una muralla, cayeron todos detenidos.
Los jóvenes solo habían tenido aviso de que subían fuerzas a atacarlos.
Los jóvenes hicieron una débil resistencia en grupos separados, y trataron de salir del cerco que los envolvía.
Si se divisaba un joven que huía, se ordenaba a los soldados darle una carga de caballería y hacerle descargas cerradas hasta que caía hecho pedazos a sablazos y acribillado de balas.
Los oficiales y soldados recorrían los cerros buscando en los matorrales, donde hacían descargas por si acaso había alguien escondido.
Aquí se juntaron los heridos con algunos jóvenes y artesanos que habían caído prisioneros.
Con algunos heridos que encontraron en los matorrales, cometieron toda clase de crueldades hasta matarlos.
En seguida principiaron su obra de destrucción, quemando todas las casas del fundo, sacando antes lo que podía serles útil.
Como en la mitad del camino recibieron los jefes que conducían a los prisioneros, orden de volverlos al fundo de Walker Martínez, donde se reunieron unos cuantos oficiales y los condenaron a muerte.
Soldados ebrios rociaron algunos cadáveres con parafina, los revolvieron con tablas y les prendieron fuego.