Mariano creció en un ambiente agreste, el cual le permitió acercarse a los campesinos de su región, cuando se hizo sacerdote.
Durante la guerra civil se vio obligado a esconderse varias veces en las montañas o en las cuevas.
Nombrado párroco de Angostura, permaneció en el cargo hasta su muerte.
Supo insertarse totalmente en la vida del pueblo, participando en las penas y alegrías de todos.
No tenía ningún reparo en emplear sus propios bienes para aliviar las penurias y la indigencia de los más débiles.
Tenía un grande amor por los campesinos, recordando que él mismo había sido uno de ellos hasta los 16 años.
En su parroquia promovió mucho la práctica religiosa: la asistencia a la misa dominical y festiva, el rezo del rosario en familia, la devoción al Corazón de Jesús, las asociaciones católicas, la oración por las vocaciones santas...
Estas obras contribuyeron mucho a despertar y sostener la vida cristiana de los fieles.
Era tan grande su pobreza que no tenía ni la ropa necesaria para cambiarse.
Fue sepultado en la capilla de la Virgen del Carmen, que él mismo había hecho construir.
Su muerte fue muy sentida por el pueblo, que participó en pleno en los funerales junto con varios sacerdotes y las autoridades.