Un año después, en el mes de junio de 1811 partieron a los Estados Unidos Diego Saavedra, hijo del presidente de la Junta Grande Cornelio Saavedra, y Juan Pedro Aguirre con la misión de adquirir armamentos y municiones en ese país.
Las patricias solicitaron que cada uno de los fusiles adquiridos con su aporte llevaran el nombre de la donante para que «si el amor de la patria deja algún vacío en el corazón de los guerreros, la consideración al sexo será un nuevo estímulo que les obligue á sostener en su arma una prenda del afecto de sus compatriotas cuyo honor y libertad defienden.
Entonces tendrá un derecho para reconvenir al cobarde que con las armas abandonó su nombre en el campo enemigo, y coronarán con sus manos al joven que presentando en ellas el instrumento de la victoria dé una prueba de su gloriosa valentía».
Tras la revolución su padre quedó agregado al Estado Mayor hasta que, sin haber recibido mando efectivo alguno y con 69 años de edad y su salud deteriorada, en 1813 se le suspendió el sueldo pese a que pasó a revistar en el Cuerpo de Inválidos.
Siendo soltera y única hija, María Quintana quedó a cargo del cuidado de su padre y en una situación económica que, una vez agotado el producto de la venta de las dos casas que la familia poseía en la ciudad, se tornó rápidamente insostenible.