La imagen acude a esa convocatoria identificándose con el dulce tema de tango que es su lenguaje.
Recuperada la forma de mujer, María canta su conversión al Mal.
También El Duende va quedando dramáticamente atrapado en la propia historia que viene contando: busca y enfrenta al Bandoneón; le quita la máscara romántica y convencional y delata al brujo que aquel lleva dentro, acusándolo del envilecimiento de María, para batirse, por último, con él, en un duelo canyengue.
Errabunda y perpleja en su propio enigma, llega así a un raro circo regenteado por Los Analistas.
En ese picadero donde son remordimientos, complejos y pesadillas los temerarios saltimbanquis, hace ella la pirueta de arrancarse unos recuerdos que no tiene, estimulada por El Analista Primero.
La Sombra de María, grotesca y sola, sigue su marcha rumbo a la nada.
Y todos gritan su asombro: ¿es la propia María, ya muerta, que ha resucitado de su Sombra o es otra?
La obra tiene una fuerte presencia surrealista, aunque el hilo conductor siempre sigue la vida y muerte de María en Buenos Aires.
María de Buenos Aires fue representada incontables oportunidades alrededor del mundo, por distintos actores y recibiendo excelentes críticas.