Según una fuente, solo fue por los ruegos del emperador Guillermo I de Alemania que la separación nunca llegó a producirse.
María Ana era casi completamente sorda, y según su amiga, la princesa Catherine Radziwill, "la llevó a mostrar una extrema timidez y azoramiento cada vez que se encontraba en compañía".
[3] Radziwill continuó diciendo, no obstante, que "cuando [María Ana] estaba sola contigo, y no turbada por el ruido de muchas conversaciones a su alrededor, era bastante simpática, y realmente ingeniosa".
Después de su muerte, María Ana dejó Berlín por Italia, permaneciendo principalmente en Nápoles, Roma, y Florencia.
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