El mito de Escila y Caribdis plantea la elección entre dos males que tuvo que afrontar Ulises; al optar por acercarse a Escila, perdió seis compañeros, pero si hubiera navegado junto a Caribdis habrían sucumbido todos.
Conque acércate, más bien, con rapidez al escollo de Escila y haz pasar de largo la nave, porque mejor es echar en falta a seis compañeros que no a todos juntos.La frase latina incidit in scyllam cupiens vitare charybdim (cayó en Escila por querer evitar Caribdis) se convirtió en proverbial, con un sentido similar a las expresiones saltar de la sartén al fuego,[4] huir del fuego para caer en las brasas[5] o estar entre la espada y la pared.
[14] En las elecciones políticas, especialmente en los sistemas bipartidistas, las opciones que se ofrecen al votante pueden ser vistas ambas como malas, con lo que otorgar el voto no suele suponer la identificación con un candidato considerado óptimo, sino la evitación del candidato considerado peor.
[17][18] Existen teorías y técnicas psicológicas, utilizadas en mercadotecnia y en campañas políticas (teoría de la decisión, neuroeconomía, neuropolítica), que procuran orientar la preferencia del consumidor o votante mediante la presentación de ventajas o desventajas comparativas; cuando no sólo se plantea la posibilidad de elegir entre dos opciones, presentar una tercera opción instrumental, más cercana a una opción que a otra, consigue que la preferencia se decante en el sentido buscado.
Cicerón condenaba el formalismo que las reglas del ius fetiale imponían en cuanto a la justificación de las causas de la guerra, proponiendo como únicas causas justas la defensa y la venganza;[22] aunque en algunos casos también propone que se puede emprender una guerra para "agrandar los linderos de la paz, el orden y la justicia".
Para éste, son necesarios tres requisitos: autoridad legítima (auctoritas principes), causa justa y rectitud de intención (intentio recta) para promover el bien y evitar el mal.
... el exterminio de los judíos fue precedido de una serie muy gradual de medidas antijudías, cada una de las cuales fue aceptada con el argumento de que negarse a cooperar pondría las cosas peor, hasta que se alcanzó un estadio en que no podría haber sucedido ya nada peor.Para quienes conciben el poder político como un instrumento para la consecución del "máximo moral",[30] tanto desde perspectivas religiosas ("ordenar el bien y prohibir el mal", "la herejía debe ser castigada"[31]) como desde los totalitarismos laicos, la tolerancia es una concesión al mal, puesto que permite su existencia.
El realismo en política internacional exige tolerar diferencias morales con aliados y enemigos.
El "equilibrio del terror" de la guerra fría de mediados del siglo XX implicaba evitar enfrentamientos directos entre las superpotencias si se quería evitar la "destrucción mutua asegurada", forzandose a tolerar una coexistencia pacífica con la llamada realpolitik (renunciar a la imposición de los propios principios para lograr un entendimiento con el adversario).
Michael Ignatieff coincide en el planteamiento, advirtiendo que únicamente se podría aplicar como último recurso, si fuera imposible resolver la emergencia con otros métodos; pero insiste en señalar el peligro de convertirlo en un mal mayor si se desvincula de los supuestos del escenario (amenaza real e inmediata) y se convierte en un recurso sistemático (aplicado a sospechosos o para sucesos potenciales), como habría ocurrido tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.