M. R. James
El caso es que, desde los seis años, sintió una gran afición a la literatura antigua y la bibliofilia.Admiraba al escritor irlandés Sheridan Le Fanu, siendo ésta quizás la influencia más representativa en sus obras.Las apariciones espectrales de James son manifestaciones abominables, criaturas cuya procedencia no puede ser sino el Infierno, seres a veces extravagantes, repugnantes o infrahumanos, apenas descritos y cuasi monstruosos."Seamos, pues, presentados los personajes con suma placidez; contemplémoslos mientras se dedican a sus quehaceres cotidianos, ajenos a todo mal presentimiento y en plena armonía con el mundo que les rodea", agrega James.Sus personajes hablan, viven, se mueven, como sus potenciales lectores de principios del siglo XX.Para inducir esta familiaridad cotidiana, utiliza un relajado humor, expresión coloquial en los diálogos y una finísima ironía británica."En esta atmósfera tranquilizadora, hagamos que el elemento siniestro asome una oreja, al principio de modo discreto, luego con mayor insistencia, hasta que por fin se haga dueño de la escena", afirma.No revelar nunca por completo al fantasma, dejando a la imaginación del lector la recreación de lo vagamente sugerido, se ve ya claramente en Le Fanu, aunque James la forja impecablemente superando a su maestro en el firme propósito de inquietar acumulando indicios apenas discernibles, pero que progresivamente terminan por volverse agobiantes.Por eso, además, en todas sus historias muestra de forma despreciativa sus excelsos conocimientos en las diversas materias que marcaron su vida.Del mismo modo, también sus escenarios, además de comunes y reconocibles para sus contemporáneos, cabría calificarlos de pertenecientes a ambientes eruditos, reflejando su propio hábitat natural: bibliotecas, archivos olvidados, iglesias, cementerios y posadas rurales alejadas de la ciudad, escenarios donde él se sentía a gusto, transmitiendo al lector su propio amor por esos sitios.