En 1914, Luisa y su madre iniciaron un viaje a Rusia en el que visitaron a la familia imperial; sin embargo, al estallar la Primera Guerra Mundial su padre les pidió que regresaran y su madre dejó sus joyas en custodia de la emperatriz.
Ese mismo año se comprometió secretamente con el príncipe Cristóbal de Grecia, pero ambos rompieron el compromiso por razones financieras.
Durante la guerra Luisa se volvió a comprometer secretamente, esta vez con Alexander Stuart-Hill, un artista afincado en París.
Al hacerse público el compromiso se inició el debate sobre si Luisa era constitucionalmente elegible para convertirse en la futura reina de Suecia por lo que el Ministerio de Relaciones Exteriores sueco declaró que su padre "no pertenecía a una familia soberana o a una familia que, de acuerdo a la práctica internacional, no sería igual a la otra" y anunció que el gobierno sueco había pedido una explicación al gobierno británico sobre la "posición de Lady Luisa Mountbatten".
Mantuvo una muy buena relación con sus hijastros que eran sus primos segundos, en especial con la princesa Ingrid y el príncipe Carlos Juan.
La reina Luisa fue muy popular entre los ciudadanos suecos por su carácter sencillo y su sentido del humor.
Tenía ciertas costumbres excéntricas, como llevar a sus perros escondidos en su ropa cuando viajaba al extranjero, lo que provocaba problemas en la revisión.
Era muy nerviosa, y atravesaba las calles con tal descuido, que una vez estuvo a punto de ser atropellada por un autobús en Londres.