Los Papelípolas

David Rivera (sobrino del reputado poeta José Eustasio Rivera), el sacerdote Jenaro Díaz Jordán y el señor Isauro Medina Ceballos (concuñado de Rubén Morales y quien presentó a este con su esposa Aura Vargas Cely) fueron frecuentes partícipes de las tertulias y reuniones de los papelípolas.

Dos de ellos, compartieron afinidades especialmente con la generación Beat: Ángel Sierra Basto y Luis Ernesto Luna Suárez.

Y aromó los espacios la rosa del relincho: -media docena tiene de pétalos la flor-

Y el menor de los Magos –quien tiene la palabra- se define en sus versos que son su abracadabra -es exacto al Demonio y a Francisco de Asís- desde hace veinte años está en combate púnico por conquistar el verso que lo adjetive único; y entretanto se llama sólo: el gran aprendiz.

-Nos han denominado “Papelípolas” en honor al papel que es la parcela donde van cosechando nuestras almas las aguas fuertes de sus primaveras.

El grupo artístico comparte ideales con el Nadaísmo antioqueño (grupo que les propuso engrosar sus filas, propuesta que declinó Ángel Sierra Basto), y a nivel mundial, con la generación Beat, The Hungry Generation y la Generación del 68, todas buscadoras de nuevos horizontes espirituales en religiones diferentes a la religión católica, el descubrimiento del inconsciente a través del alcohol y las drogas, una revolución del pensamiento por medio de la creación de neologismos o palabras poéticas inventadas, y abogaban por una sexualidad libre.

Otro punto curioso, es que ninguno de sus integrantes se profesionalizó cabalmente, según algunos autores, como una respuesta ante el modelo educativo del capitalismo salvaje.

El Primer Manifiesto de los Papelípolas fue una carta de Gustavo Andrade a Ramiro Bahamón, el cual fue presentado con la aquiescencia del grupo por la poetisa Silvia Lorenzo ante los poetas nadaístas entre otros en Medellín en 1958.

Son los siguientes algunos fragmentos del manifiesto de Los Papelípolas, escrito por Gustavo Andrade Rivera: Empiezo esta carta con algo que para ti –en contacto por más de tres años con la vieja y eterna cultura- no tendrá el significado de blasfemia que sí va a tener para el huilense raso: José Eustasio Rivera es un mito que nos está haciendo estorbo.

Ramiro aquí nadie puede ser escritor y poeta porque ya tenemos a Rivera.

Ya intentaré otro día –en otra carta- un estudio más a fondo sobre esta materia.

Tiene que ser así porque nuestro desenfado profesional casi siempre es el producto de dos factores: un padre enriquecido e ignorante empeñado en tener “dotor” en la casa, porque “pa’ eso es la plata”; y un muchacho con tozudez filial sobre los libros hasta que al fin lo gradúan.

No importa que la tierra paterna se desperdicie y se muera por falta de brazos para trabajarla; no importa que al hijo se le note a distancia el pelo de la dehesa, que por todos los poros trasciende a corral y sementera, que él mismo parezca un sólido estantillo para desbravar animales: ha de ser odontólogo, ingeniero, abogado o médico.

Tan cierto es esto, que la única actividad conocida del profesional huilense, aquella por la cual no vacila en dejar negocios y oficina, es la ganadería o la agricultura.

¿Recuerdas aquellas altas madrugadas que nos sorprendían sobrándonos dedos de la mano para las excepciones?

Citamos algunas de estas publicaciones: ANDRADE RIVERA, Gustavo, Cuadernos Huilenses, Imprenta Departamental, Neiva [1958-1963].

POLANÍA PÉREZ, Julián, Noción de Pesadumbre, en “Cuadernos Huilenses” # 1, Imprenta Departamental, Neiva, 1958.

SIERRA BASTO, Ángel [Víctor Manuel Cortés Vargas] en Cuadernos Huilenses, # 2, Imprenta Departamental, Neiva.