Había dos clases litúrgicas oficiales: «los Mil Doscientos» y el grupo restringido de «los Trescientos».
El sistema litúrgico se remonta a los primeros tiempos de la democracia ateniense y cayó progresivamente en desuso a finales del siglo IV a. C.[3] y en la época helenística frente al desarrollo del evergetismo.
Esta flexibilidad permitía que fuera especialmente adecuado para la imprevisión presupuestaria de la época.
[5] Así, las liturgias civiles o agonísticas (relacionadas con los concursos deportivos y religiosos) eran destinadas, por un lado, a la gimnasiarquía (γυμνασιαρχία, en griego antiguo), es decir, a la gestión y financiación del gimnasio; y, por otro, a la coregía (χορηγία) o el entrenamiento de los miembros del coro en el teatro para los concursos trágicos, cómicos o ditirámbicos.
[4] Todas estas liturgias se inscribían en el marco de una fiesta religiosa[5] y eran recurrentes.
[9] Por el contrario, solo se recurría a las liturgias militares en caso de necesidad.
Además, el trierarca debía asumir el mando del barco bajo las órdenes de los estrategos, salvo que eligiese, a cambio de una remuneración, confiarlo a un especialista, en cuyo caso su cargo devenía en puramente financiero (o económico).
Se ha propuesto añadir a estos liturgos, la hipotrofia (ἱπποτροφία), es decir, el mantenimiento de la caballería ateniense, liturgia posterior a la época de las guerras médicas; aunque no se puede precisar que esta liturgia existiese.
Estos comenzaban por pedir voluntarios, después nombraban a quienes les parecían ser más idóneos para asumir el cargo.
Inversamente, los ciudadanos con fortunas relativamente modestas podían encargarse de algunas liturgias poco onerosas.
[30] La menos costosa era la eutaxia (εὐταξία, en griego antiguo), conocida por una única mención,[31] la cual no representaba más que cincuenta dracmas.
Se ignora su naturaleza, aunque es probable que concerniera a las festividades Anfiareas de Oropo[32] y quizás no duraba mucho tiempo.
Un litigante anónimo defendido por Lisias dice haber sido corego tres años consecutivos y trierarca durante siete.
[52] La antídosis (en griego antiguo, ἁντίδοσις, «intercambio, permuta»), cuya principal fuente es el Contra Fenipo de Demóstenes,[53] era otra escapatoria.
[58] Sin embargo, es posible que el sellado se utilizara exclusivamente para evaluar las fortunas respectivas.
[62] Las inscripciones honoríficas disponibles muestran que, regularmente, algunos ciudadanos o ricos metecos «aceptaron las liturgias con entusiasmo»,[69] prestándose voluntarios (ἐθελοντής), como Demóstenes en 349 a. C.,[70] para garantizar las liturgias más onerosas de las cuales habrían podido escapar.
Así, en un discurso de Lisias, el litigante enumera las liturgias a las que se había sometido y lo resalta: «no hubiera gastado ni una cuarta parte si hubiera querido atenerme a las liturgias prescritas en la ley».
[74] En concreto, se establecía un «contrato» tácito mutuamente beneficioso entre la ciudad y sus miembros más ricos; el sistema litúrgico, «mientras reconoció un lugar prominente para los ricos un lugar prominente, cortaba las formas de patrocinio individual y situaba in fine a la ciudad beneficiaria en posición de autoridad».
El deseo de este último para cumplir con el ideal agonístico, que se le reclamaba, era así utilizado en beneficio de la polis: ningún límite, superior o inferior, es fijado, pues «la mentalidad agonística heredada de la aristocracia arcaica»[76] bastaba para asegurar una cierta emulación, entre liturgos, en el desarrollo del bien común, emulación que alimentaba la polis al honrar a los más generosos.
A la liberalidad del gasto (φιλοτιμία/philotimia) respondía el reconocimiento (χάρις/charis) de la ciudad: los liturgos más pródigos eran gratificados con inscripciones honoríficas o con coronas de plata, cuyo carácter relativamente módico no restaba el prestigio que aseguraban a sus beneficiarios.
Asimismo, correspondían al tercio de atenienses que intervenían en esta época en la Ekklesía (Asamblea) para proponer decretos.
[80] Por su parte, utilizando los mismos valores que sus élites, la polis democrática les controlaba, conseguía su adhesión a un proyecto comunitario y aseguraba su financiación.
[82] Fue sobre todo la guerra del Peloponeso y el aumento de los gastos militares los que socavaron la financiación litúrgica del gasto público: las trierarquías se multiplicaron, pero los ricos intentaban cada vez más escapar de estas.
[86][87] Este último ejemplo manifiesta el desarrollo de una cierta desconfianza con respecto al principio litúrgico en la primera mitad del siglo IV a. C., tendencia reforzada por los esfuerzos militares y financieros efectuados durante la guerra de Corinto (395-386 a. C.) La Guerra Social (357-355 a. C.),[88] igualmente costosa,[89] marcó el fin, a mediados del siglo, del sueño de un retorno al imperialismo ateniense y a los importantes ingresos que aseguraba a la polis.
Por tanto, la necesidad del Estado ateniense para encontrar fuentes nuevas de financiación solo fue posible mediante una mejor gestión de los bienes públicos (política seguida por Eubulo y después por Licurgo), pero también debido a una presión financiera sobre los más ricos.
[94] Otros solo pagaban el mínimo estricto: Isócrates explica que cumplió con su deber sin despilfarro ni negligencia.
[95] Un cliente de Lisias explica al jurado que no hay nada malo en la moderación en el gasto.
[101] Por tanto, hasta mediados del siglo II a. C., este evergetismo griego no corresponde con la definición dada por Paul Veyne.
[103] Además, en el siglo IV a. C. y sin duda en la alta época helenística, la ciudad no creó para sus benefactores (evergetas) un estatus distinto, superior al de otros ciudadanos: se reconocía la «calidad» y no el «título» de benefactor.
La ciudad agradecía así «que se pusieran a su servicio, como cualquier ciudadano, pero ayudando con medios superiores».