El nombre «vulgar» deriva de la palabra latina vulgaris, que significaba ‘común’ o ‘del pueblo’.El latín vulgar fue diferenciándose en las distintas provincias del Imperio romano, surgiendo así la era moderna del español, catalán, francés, italiano, occitano, portugués, rumano, etc. Obviamente, se considera que el latín vulgar desapareció cuando los dialectos locales tuvieron las suficientes características diferenciadoras como para constituirse en lenguas distintas, evolucionando hacia la formación de las lenguas romances, cuando un valor propio y singular les fue reconocido.Entonces, los textos del derecho romano, tanto los de Justiniano como los de la Iglesia católica, sirvieron para «congelar» el latín formal, unificado finalmente por los copistas medievales y, desde entonces, separado del ya independiente romance vulgar.Entonces, «latín vulgar» dejó de ser un parámetro útil para identificar a las diversas lenguas romances.Fue en ese momento cuando el latín vulgar se convirtió en un nombre colectivo para designar un grupo de dialectos derivados del latín, con características locales (no necesariamente comunes), que no constituían una lengua, al menos en el sentido clásico del término.Un cambio profundo que afectó a todas las lenguas romances modificó el orden de las vocales del latín clásico.Por otro lado, las lenguas romances orientales preservaron las reglas de eufonía añadiendo la epéntesis al artículo precedente cuando fuese necesario, así el italiano preservó spada (f) como la spada, y cambió el masculino il spaghetto a lo spaghetto.El género se remodeló en las lenguas hijas mediante la pérdida de consonantes finales.El término clásico equus ‘caballo’ fue reemplazado por caballus ‘caballo de carga, rocín’ (aunque cabe destacar que en español yegua, portugués égua, catalán euga, francés antiguo ive, sardo èbba y rumano iapă todas con significado femenino, derivan del clásico equa).Los cambios de vocabulario afectaron incluso a las partículas gramaticales básicas del latín; hay muchas que desaparecieron sin dejar rastro en el romance, tales como an, at, autem, donec, enim, ergo, etiam, haud, igitur, ita, nam, postquam, quidem, quin, quod, quoque, sed, utrum, y vel.Frecuentemente, palabras latinas que han vuelto a ser tomadas prestadas del registro de mayor prestigio del latín clásico se encuentran junto a versiones de la misma palabra evolucionadas.En portugués, el cambio a h de la f no ocurrió, pero algunos sonidos se nasalizaron.La clásica caput ‘cabeza’ cedió en el latín vulgar a testa (originalmente ‘tiesto; cáscara’, metáfora común en Europa occidental; cfr.inglés cup ‘copa’ contra alemán Kopf ‘cabeza’) en la mayoría de las formas romances occidentales, italiano inclusive.La palabra latina con su significado original se preserva en rumano y en catalán cap, que significa 'cabeza', con el sentido anatómico del término, si bien en catalán también tiene significados metafóricos como ‘jefe’, etc. Verbos con preposiciones sufijadas frecuentemente han desplazado formas simples.El número de palabras formadas por tales sufijos como -bilis, -arius, -itare y -icare creció rápidamente.Estos cambios ocurrieron a menudo para evitar formas irregulares o para regularizar géneros.Como consecuencia, con excepción del francés antiguo, que retuvo durante algún tiempo la distinción entre los casos nominativo y oblicuo (llamada cas-sujet/cas-régime), del rumano, que hoy en día cuenta con los mismos casos que el latín vulgar, teniendo una forma para genitivo-dativo y otra para el resto y de algunas variedades de retorrománico conservaron vestigios del caso hasta el siglo XVIII al menos.La influencia del lenguaje coloquial, que prestaba mucha importancia al elemento deíctico o señalador, originó un profuso empleo de los demostrativos.Aumentó muy significativamente el número de demostrativos que acompañaban al sustantivo, sobre todo haciendo referencia (anafórica) a un elemento nombrado antes.En este empleo anafórico, el valor demostrativo de ille (o de ipse, en algunas regiones) se fue desdibujando para aplicarse también a todo sustantivo que se refiriese a seres u objetos consabidos; de este modo surgió el artículo definido (el, la, los, las, lo) inexistente en latín clásico y presente en todas las lenguas romances.Por último, el sardo también en este aspecto tuvo un desarrollo singular, formando su artículo a partir de ipsu(m), ipsa «su, sa».También aparecen formas derivadas de ipsu(m), ipsa en catalán medieval (es, sa), pero hoy en día solo se mantienen en las Islas Baleares y muy residualmente en la Costa Brava.Este tipo de construcciones son más escasos en las lenguas románicas, aunque no faltan ejemplos paralelos al anterior: Las lenguas románicas por otra parte tienden a tener un orden sintáctico básico más fijo, tendiendo con verbos transitivos a seguir el orden Sujeto Verbo Objeto aunque por cuestiones de énfasis pueden tener otros órdenes sintácticos: Por lo que respecta a la conjugación verbal, en latín vulgar muchas formas desinenciales fueron sustituidas por perífrasis.También se fueron dejando de lado los futuros del tipo dicam o cantabo, mientras cundían para expresar este tiempo perífrasis del tipo cantare habeo y dicere habeo, origen de los futuros románicos.En las lenguas románicas solo se conservan residualmente comparativos (mejor, peor, mayor, menor) y cultismos (óptimo, pésimo), siendo substituidas las formas sintéticas por perífrasis como "es más X que" o "el más X de":