Las sirenas del alma

[1]​ El romanticismo y el terror se dan la mano en Las sirenas del alma.

Nadie deduciría su auténtica naturaleza viéndole comprar en el mercado o comer en una taberna.

Una noche Alfredo comprueba que, tras la ventana de su habitación, hay un rostro repulsivo.

Se trataría de un susto para el único turista que pasaba la noche en Antijana.

Sin embargo, don Vicente, su director de tesis, le había dado muchas facilidades.

La creciente relación afectiva con el joven le ayuda a superar sus propios miedos.

Si no fuera así, ¿por qué sabe dónde está enterrada la sortija de Ibaya?

[4]​ Lo más destacable del estilo es que, aunque abierto a cierto lirismo, prescinde de retórica.

Desde la muerte del fotógrafo hasta la venida de Nuria a La Gomera transcurre una semana.

Se cita el parque nacional de Garajonay, el Valle Gran Rey, el pueblo gomero de Las Toscas… Frente a estos espacios exteriores, los interiores sirven para enfatizar los conflictos psicológicos, como en los momentos en que Nuria está en su habitación asimilando su inesperado mundo interior.

Según las crónicas, aquellas piedras habían sido testigos de actos abominables durante los siglos XV y XVI.

El lector va conociendo a los actantes a través de breves elementos descriptivos que manejan la etopeya, la prosopografía y detalles tan significativos como cargados de símbolo.

Detectamos siete núcleos temáticos: El pasado constituye el prólogo del presente.

En ese sentido, observamos cuanto sucedió en el siglo XVI pervive en el pequeño pueblo de Antijana.

Es libre para vencer sus inclinaciones, como es el caso de Nuria con la herencia genética que arranca desde Ibaya.