Su padre, señor autónomo de Egipto y del Levante, lo designó sucesor.
Además de tener que mantener un ejército profesional considerable y garantizar su lealtad mediante ricos obsequios, estos dispendios vaciaron el erario al final de su reinado.
El estado tuluní entró en un período de agitación y debilidad, que concluyó con la reconquista del territorio por los abasíes en 904-905.
[1][3] La sucesión de Jumarauai al cargo de su padre fue un hito importante en la disolución gradual del califato abasí: era la primera vez en la historia abasí en la que, en un territorio tan grande y rico como Egipto, un emir heredaba el cargo de su padre el valí, cuya legitimidad derivaba en principio del nombramiento del califa.
[4] En sus últimos meses, Ibn Tulun había tratado de lograr una reconciliación con al-Muwaffaq sobre la base del reconocimiento de su autoridad sobre Egipto y el Levante, pero su muerte interrumpió las negociaciones con Bagdad.
[1][3] Los generales Ishaq ibn Kundaj e Ibn Abi'l-Saj atacaron los dominios tuluníes del Levante: Damasco cayó en su poder cuando el gobernador de la plaza desertó, pero los territorios que conquistaron al comienzo de la campaña los perdieron poco después.
[3][7] La extravagante boda muestra el famoso derroche monetario de Jumarauai; de hecho, Haarman considera que las bodas fueron una argucia del califa para arruinar a su poderoso y rico vasallo egipcio.
Las fuentes afirman también que nunca montó dos veces el mismo caballo.
Parece ser que existía además una subunidad de los al-mujtāra compuesta por mil africanos negros.
[1] A pesar del indudable talento militar y la valentía personal que mostró después de Tawahin, Jumarauai nunca gozó de una autoridad sobre el ejército equivalente a la que había tenido su padre.
[1] Las dificultades financieras parecen haber sido inherentes al modelo abasí que emularon los tuluníes, como resultado de la incapacidad del Estado para sufragar los gastos de mantener un gran ejército permanente, en fundamentalmente inactivo.