Nunca mitificó la poesía y poseía una excelente faceta desconocida, la de pintor.
Su casa cordobesa, cuidada por su hermana, estaba llena de plantas, cuadros y flores; cuando se lee su poema "La vita non á senso..." se entra en un mundo de lujo y artificio, que es el suyo.
El poeta se aleja de la estética dominante en el grupo y asume su propia palabra poética.
En este libro alternan los momentos sublimes, versos que parecen haber sido escritos en papiros exquisitos en algún palacio de la nobleza más rancia, con momentos prosaicos en que el poeta se arrastra por lupanares, por miserables garitos de miseria.
En su libro Rodolfo el patinador el poeta abraza la vida, sacudiéndose las retóricas al uso y se inclina por una poesía directa, realista, dura, como si de música bakalao se tratara, mostrando una insólita frescura que no cuadra con su ya provecta edad.
Porque detrás de cada verso hay sensibilidad y ternura en grandes dosis.