El padre durante la guerra de la independencia fue elegido procurador síndico del Ayuntamiento y miembro de la Diputación Provincial, por lo que cuando Fernando VII restableció el absolutismo en 1814 fue multado e inhabilitado durante dos años para ejercer cargos públicos.
Al año siguiente participó activamente en el pronunciamiento fracasado del brigadier Juan Díaz Porlier en favor de la Constitución de 1812, lo que le obligó a marchar al exilio en Portugal.
«Su más "precioso patrimonio", como la condesa reputaba su educación, había incluido saberes domésticos (bordado), habilidades ornamentales (música, baile, dibujo) y formación intelectual (gramática, aritmética, francés).
Había recibido una instrucción pensada desde dentro de lo que el canon ilustrado fijaba para las jóvenes distinguidas.
A pesar de su juventud, sabía bien el incierto futuro que podía esperar.
En el verano de 1822 el general Espoz y Mina fue enviado a Cataluña para que dirigiera la lucha contra las partidas realistas que se habían hecho fuertes en el interior y donde habían proclamado la Regencia de Urgel, pero su joven esposa no pudo acompañarle.
Como ella misma escribió, «la imperiosa ley del destino nos obligó después a separarnos repetidas veces, y este fue siempre el mayor sacrificio que Mina hizo por su Patria».
Tres años después, en diciembre de 1836, fallece Francisco Espoz y Mina, a los cincuenta y cinco años de edad, mientras su esposa Juana tenía treinta.
Era, pues, una mujer que iba más allá de los estrechos márgenes establecidos por la cultura burguesa y liberal que había excluido al «sexo olvidado» [en expresión del historiador Bartolomé Clavero] de la res publica".
En 1852 escucha tocar a Pablo Sarasate en una sesión privada y consigue que actúe en público unos días después en el Circo de Artesanos.
Se convierte en su protectora y le sufraga los gastos de sus estudios en Madrid.
Sin embargo, la condesa de Mina sí había participado activamente en la conspiración poniendo en contacto a los conspiradores del interior y del exilio a través de los cónsules de Francia y Gran Bretaña acreditados en La Coruña.
[11] Al parecer el gobierno también intentó controlar su correspondencia sin éxito.
Otro de los papeles que desempeñó fue poner en contacto a los liberales progresistas gallegos y madrileños, además de colaborar en las campañas electoral nacionales y locales.
Para ello mantuvo una copiosa correspondencia a lo largo de los años con los líderes del Partido Progresista como Juan Álvarez Mendizábal, Salustiano Olózaga, Ramón Gil de la Cuadra o Manuel José Quintana.
La condesa se ocupó de recaudar los fondos necesarios utilizando sus influencias nacionales e internacionales -consiguió que colaboraran la reina Isabel II y la infanta Luisa Fernanda-.
[17] En 1851 comenzaron a publicarse las Memorias del general don Francisco Espoz y Mina, redactadas y preparadas por su esposa, cinco volúmenes que se terminaron de publicar en 1852.
"En todo caso, Juana de la Vega fue la única responsable del texto que finalmente vio la luz.