Dos días después, una tempestad hundió varios buques de la misma, dejando a las princesas lejos de su ruta y encalladas en Chipre, mientras Ricardo desembarcaba en Creta a salvo.
El auto-nombrado déspota de Chipre, Isaac Comneno, casi capturó a las princesas pero aunque la oportuna llegada del rey inglés lo puso en fuga, aquel se llevó el tesoro del cruzado.
Juana se negó a casarse con un musulmán y Al-Adil con una cristiana, por lo que el proyecto fracasó.
En 1199, cuando esperaba un segundo hijo, Juana debió enfrentar una rebelión nobiliaria encabezada por los señores de Saint-Félix-de-Caraman.
Fue enterrada en la misma abadía, donde medio siglo más tarde también fue sepultado cerca suyo, su hijo Raimundo VII de Tolosa.