Espina solo dejaba entrar en su casa a aquellos que demostraban la suficiente educación para apreciar sus colecciones.
Caído en desgracia y procesado por la inquisición hacia 1630, se retiró a Sevilla hasta por lo menos 1634.
[1] De vuelta a Madrid, con la reputación dañada, se retiró a vivir en su residencia, donde, según relata el jesuita Sebastián González, «era de humor peregrino y su casa parecía encantada; no tenía quien le sirviese; dábanle la comida por un torno».
Lleváronsela; avisó dónde dejaba su testamento y dende á pocas horas murió».
[1] Su mayor legado han sido Códices Madrid, que gracias a su coleccionismo se encuentran actualmente en España.