El monarca seléucida Antíoco VII Sidetes, utilizó la situación para invadir Judea y asediar Jerusalén, que se rindió en 132 a. C. Juan quiso resistir pero empezaron a agotarse las provisiones; dejó entonces salir de la ciudad a parte de la población más afectada.
Los judíos que estaban fuera de las murallas recibieron estos dones, y se les permitió volver con ellos a la ciudad.
Finalmente Juan decidió firmar un tratado con Antíoco, ofreciendo 500 talentos de plata y rehenes, incluyendo a su propio hermano.
Envió una legación al Senado romano, que aceptó sus cartas de presentación, renovando la amistad y la alianza con los judíos.
Hircano aprovechó las disputas del poder de los seléucidas en Siria apoyando a uno u otro partido, según le conviniera en el momento.
Juan Hircano aprovechó la creciente debilidad del reino seléucida para ensanchar sus territorios, pues las ciudades helenísticas quedaron desguarnecidas.
Asimismo, a fin de contar con fuerzas militares competentes, alquiló mercenarios, algo que hasta entonces ningún rey o gobernante judío había hecho.
Al igual que los demás gobernantes asmoneos, Juan Hircano tuvo en sus campañas claramente presente el ideal de la monarquía davídica.
Le dijo: “Por cuanto tienes deseos de saber la verdad, si realmente quieres ser justo abandona el sumo sacerdocio, y conténtate con gobernar al pueblo”.
Esta historia era falsa, e Hircano se encolerizó contra aquel hombre, al igual que el resto de los fariseos.