Para ello constituyó una pequeña flota que zarpó desde Campeche y que logró evacuar a los ingleses de la ribera del Río Hondo.
Pero en 1783, Gran Bretaña firmó un tratado con España en el que reconoció la soberanía española sobre Belice a cambio de permitírsele seguir explotando las ricas maderas de la región y su palo de tinte, entre los ríos Hondo y Wallix (un afluente del río Hondo).
Este hecho generó un gran resentimiento entre los yucatecos que Merino y Ceballos expuso ante la corte del virreinato de la Nueva España sin resultados, advirtiendo inclusive la posibilidad de una insurrección como la que se había vivido en 1761, refiriéndose a la de Jacinto Canek, que estaba aún fresca en la memoria social de Yucatán.
Estos acusaron al gobernador ante el rey Carlos III de ser un tirano.
Enrique de Grimarest llegó en misión secreta y cumplió su misión con imparcialidad, determinando que habían sido los partidarios de Rivas los que habían agitado a la provincia pero que el gobernador Merino había actuado con exceso en las penas de cárcel que había impuesto a sus adversarios.