José Álvarez de Toledo y Silva

En consecuencia, el gobierno cristino decretó el secuestro de todos sus bienes en España, lo que colocó a los Villafranca en una delicada posición económica, salvada sólo por sus numerosas posesiones en el reino de las Dos Sicilias, libres del embargo.Así lo reseña en su correspondencia Juan Valera, entonces agregado en la embajada española y amigo del duque.[6]​ La guerra había terminado en 1840, y conforme al convenio de Vergara los partidarios carlistas que reconociesen a Isabel II podían mantener sus cargos y empleos, así como recuperar lo requisado durante la contienda.Su padre, en cambio, permanece al lado de Montemolín, basculando entre Londres, Bruselas y Nápoles.Enfrascado en sus asuntos patrimoniales, Fernandina se establece en Madrid, en su casa de la calle don Pedro, y emprende la rehabilitación del palacio sanluqueño.[9]​ Por fin, en 1851, el marqués de Villafranca sigue sus pasos: tras el fracaso de la segunda insurrección carlista, abandona la causa, presta obediencia a Isabel II y vuelve a España.[13]​ Los duques de Fernandina se integran por completo en la vida mundana madrileña.Aunque el marqués mantiene un perfil bajo y reside principalmente en Andalucía, se le conceden prerrogativas acordes a su estatus: en 1860 es nombrado senador por derecho propio, como Grande, según lo previsto en la Constitución vigente,[26]​ y en 1862 recibe la gran cruz de la orden de Carlos III.Su viuda, la reina María Cristina, ahora regente en nombre del todavía nonato Alfonso XIII, no tenía en gran estima al marqués del Alcañices, al que culpaba de las disolutas costumbres de su difunto marido, y lo cesó fulminantemente del liderazgo palatino.
Episodio de la cacería que el duque de Fernandina dio en Doñana en honor de Eugenia de Montijo . Grabado de Charles Maurand para Le Monde Illustré (1863).