Se creía que este acto de apoyo explícito a su causa supondría un golpe de efecto definitivo en la contienda y neutralizaría la activa implicación del Reino Unido y Francia a favor del bando isabelino.
[13] Hasta entonces, el gobierno ruso había mostrado bastante indiferencia hacia don Carlos y si no reconoció a Isabel II fue por su política de actuar de acuerdo con las otras potencias absolutistas, Austria y Prusia.
Se le dio un trato que consideró indigno en la frontera[19] y cuando se reunió con el vicecanciller Nesselrode, le hizo saber lo incómodo de su presencia allí[23] y puso grandes dificultades a su audiencia con el zar, que quedó pospuesta sine die.
La alta sociedad rusa, en cambio, dio una gran acogida al marqués, y según las comunicaciones diplomáticas los Villafranca frecuentaban los círculos más elitistas de la capital.
[24] En otra de esas reuniones mundanas, el marqués conoció a George Dallas, entonces ministro norteamericano en Rusia, que anotó en su diario sus impresiones sobre el representante carlista: Pronto mejoró su situación, pues las presiones del embajador austriaco lograron una mayor deferencia del gobierno con Villafranca, en particular atendiendo a su elevada posición y a su calidad de grande de España.
La condesa Nesselrode, esposa del vicecanciller, organizó una baile su honor, en palabras del marqués, «para reparar la mala impresión que me causó la frialdad con que fui recibido»,[19] pero su entrevista con el emperador continuó posponiéndose bajo distintos pretextos.
Primero porque el soberano debía marchar de maniobras,[26] luego por la cuestión protocolaria del tratamiento de don Carlos, alteza o majestad, y últimamente porque se le quería recibir como súbdito napolitano, dadas sus numerosas propiedades y títulos en ese reino.
[26] La secretaría de Estado carlista cifró el montante del subsidio en doce millones de francos,[28] y Villafranca recibió instrucciones para que centrase su actividad en lograr que el gobierno ruso accediese a aportar su parte.
[nota 3] Además, se envió al barón de los Valles en misión extraordinaria a San Petersburgo para impulsar la colaboración rusa.
[29] El barón quedó encantado con las buenas palabras y el trato del zar, y aunque no obtuvo una respuesta concreta sino vaguedades, escribió a la secretaría de Estado carlista dando grandes esperanzas de colaboración rusa.
Villafranca no era tan optimista, consciente de la superficialidad de las formas y la doblez del gobierno, pues si bien se tenían con él grandes consideraciones -el embajador sardo señala que «el emperador y la familia imperial tratan al matrimonio Villafranca con especial amabilidad, incluso en público»-,[31] al mismo tiempo se vetaba su nombre en la prensa para evitar compromisos con el Reino Unido.
Estos incidentes tuvieron gran repercusión internacional y agravaron el descrédito de la causa entre las naciones afines.
[38] Este asunto causó un grave perjuicio a la imagen exterior del carlismo, pues quedaron expuestas sus profundas divisiones internas, antagónicas hasta a la beligerancia, y planteaba dudas sobre la capacidad del pretendiente, que había mostrado claros signos de debilidad.
En julio, su hija la duquesa de la Alcudia murió accidentalmente durante su estancia en los baños de Lucca al incendiarse su vestido con una estufa, en una dramática escena presenciada por su marido y los tres hijos del matrimonio, el menor apenas un recién nacido.