Joan Vila Dilmé

Una vez reconocidos los asesinatos, Vila reconoció que durante toda su infancia y juventud se había sentido como una mujer en el cuerpo de un hombre y que su homosexualidad también influyó en sus hábitos.

Tras formarse en diferentes oficios, Vila consiguió un contrato en la pequeña residencia geriátrica privada El Mirador de Banyoles, donde ejerció por primera vez como celador durante ocho meses.

Tanto el personal del centro como los residentes o valoraron positivamente como una persona afectuosa y atenta.

Sufría ataques de ansiedad, tenía una autoestima muy baja y seguía siendo excesivamente influenciable.

Además, consumía muchas bebidas energéticas, a veces mezcladas con ansiolíticos y alcohol.

Adquirió también múltiples libros sobre fenómenos paranormales, la muerte y la tanatopraxia, a través de su vínculo con una peluquera del barrio.

Empezó a ser medicado bajo supervisión psiquiátrica y, más adelante, tras ser encarcelado por los crímenes, le fue diagnosticado un trastorno obsesivo-compulsivo con brotes depresivos.

Vila cometió sus primeros asesinatos con dos métodos iniciales diferentes: el primero, un cóctel de barbitúricos y fármacos que trituraba, mezclaba con agua y administraba a la víctima por vía oral; el segundo, empleado con los ancianos que eran diabéticos, consistía en administrar una sobredosis de insulina por vía intravenosa.

Estos asesinatos se cometieron de forma muy espaciada en el tiempo, cada dos o tres meses hasta el otoño de 2010, y durante la muerte, muchos familiares relataron que su sufrimiento fue agónico, incluso sangrando por la boca.

Hasta ese momento, Vila había asesinado a Rosa Barbures Pujol, Francisca Matilde Fiol, Teresa Puig Boixadera, Isidra García Aseijas, Carme Vilanova Viñolas, Lluís Salleras Claret, Joan Canal Julià y Montserrat Canalias Muntada.

A lo largo de esa semana, Vila confesó en el juicio que había estado bebiendo vino con Coca-Cola durante 10 días.

Llevaba internada en La Caritat desde hacía varios años y desarrolló una relación muy tensa con Vila, a quien intentó denunciar durante más de un mes por malos tratos.

Del mismo modo, durante la investigación policial y el juicio, se pudo confirmar que Vila había trasladado a Gironès en silla de ruedas a una sala del geriátrico donde no había cámaras de videovigilancia.

Tras ese momento, la mujer apareció con una herida en la cara y varios hematomas en el pecho, empezando a afirmar que Vila la quería matar.

Tras haberla escuchado toser, Vila se dirigió a la habitación de Paquita Gironès.

El médico forense que revisó la víctima en el hospital, donde había fallecido, se negó a certificar su muerte natural y avisó a los Mozos de Escuadra, la noche del 18 de octubre.

El juez, ante esta declaración, decretó cárcel provisional comunicada y sin fianza por tres delitos de asesinato.

Joan Vila i Dilmé momentos antes de cometer el asesinato de Paquita Gironès Quintana en La Caritat. Este registro de las cámaras de seguridad por parte de los Mozos de Escuadra fueron una de las pruebas que permitieron que el asesino confesara los hechos.
La Audiencia Provincial de Gerona condenó al celador de Olot a 127 años y medio de cárcel y a una indemnización de 369.000 de euros por el asesinato con traición de once ancianos (nueve mujeres y dos hombres).