En la mayoría de las especies de aves, la temperatura necesaria para la incubación se produce por el calor corporal del progenitor empollador, aunque algunos grupos, especialmente los megápodos, usan el calor geológico o el generado por la materia vegetal en putrefacción, ya que esta al transformarse en abono produce la temperatura suficiente como para incubar los huevos, mientras que otros, como la cigüeñela cangrejera, utilizan parcialmente el calor del sol.
La humedad también es crítica, y si el aire es demasiado seco el huevo podría perder demasiada agua, lo que puede poner en peligro o incluso impedir que se produzca la eclosión.
En las especies que empollan, el trabajo se divide entre los sexos de varias maneras.
En algunas especies, como la grulla trompetera, el macho y la hembra se turnan para empollar el huevo.
[2][3] Algunas especies comienzan a incubar con el primer huevo, de modo que los polluelos eclosionan en tiempos diferentes, otros comienzan al poner el último, de modo que los polluelos eclosionan a la vez.