En 1598 solo existía en Cádiz un hospital llamado de la Misericordia, que se encontraba en la plaza pública.
Contaba con 20 camas, de las cuales 10 eran para enfermedades de calenturas, 4 para convalecientes, 4 para heridos y 2 para mujeres, que resultaban del todo insuficientes para una población que se calcula para aquellos años en 10 000 personas.
La situación se hizo insoportable pues siendo Cádiz puerto muy frecuentado y con gentes sin residencia en espera de su paso para las Indias, las mujeres enfermas y desvalidas morían con frecuencia en los portales de los edificios públicos.
La Madre Antonia se preocupó también de proporcionar a sus enfermas una asistencia religiosa permanente y propia, fundando una capellanía para el administrador eclesiástico.
La meritoria fundadora del Hospitalito, aunque apartada de sus obligaciones, siguió junto a sus enfermas y hermanas carmelitas hasta su fallecimiento.
El sobrino del Obispo Armengual, D. Bruno Verdugo, Marqués de Campo Alegre, y el canónigo Pavía suplieron de sus peculios particulares lo necesario para la inauguración del nuevo Hospital.
Muy ajeno estaba el viajero a los cambios y deficiencias que pronto habría de experimentar la institución hospitalaria.
Procedían últimamente del Hospital Militar establecido en San Roque con motivo de la Guerra contra Marruecos.
Este contratiempo sirvió para restaurarlas espléndidamente por el obispo Manuel Rancés y Villanueva (1842-1919).
En 2007 se procede a la restauración de la Iglesia del Hospital, estando todavía en obras.
La libertad del Barroco popular abre tres ingresos en la planta baja que ni se ajustan al eje de simetría ni son iguales, sin o diferentes en sus portadas para destacar su importancia y función.
De izquierda a derecha: En el entresuelo se abren ventanas cruciformes, nada comunes y singulares por su simbología.
Un largo balcón recorre y defiende el frente de los vanos centrales.
En una cartela aparece la inscripción de las indulgencias concedidas por el obispo Fray Juan Bautista Servera.
Sobre la cornisa, sencillamente adornada, se abren ventanas entre pilastras de orden jónico rematadas en frontones partidos, en cuyo centro aparece un óculo circular.
Las arquerías muestran diversos motivos decorativos que se distinguen perfectamente por su color verde sobre el blanco.
En cambio, las enjutas de las crujías este y oeste ofrecen cabezas infantiles con abundante rocalla.
El patio se convertía en la prolongación de la Iglesia, sobre todo las fiestas principales del Hospital y para aliviar el calor del verano se colgaba una vela o toldo.
Las escenas, protagonizadas por personajes elegantemente estabilizados, se desenvuelven en espacios abiertos o entre curiosas arquitecturas que, con un carácter ecléctico, recuerdan a veces las representadas en los azulejos de Montería y otras evocan edificaciones sevillanas de la época.
Una placa de mármol con una leyenda grabada dice así: Estos marcos no están situados correlativamente para que así cada estación guarde con la siguiente la misma distancia y medida que existe en Tierra Santa.
Bajo la última estación se encuentra una placa de mármol similar a la anterior.
Los muros laterales se articulan por pilastras dóricas de fuste estriado.
En el tramo principal, que podría considerarse crucero, aparece una pintura con la Virgen del Carmen en medio de una gloria de ángeles y el escudo carmelitano a sus pies.
Quizás pudiese tratarse de la Imagen devotísima que se colocó en 1657 en la inauguración del Hospitalito.
Viste ropas bordadas del siglo XIX y posee una rica corona dieciochesca.
La iglesia tiene cinco capillas colaterales, tres en la nave del evangelio y dos en la de la epístola.
Tiene un grupo de tres ángeles que se agarran a la media luna.
Los retablos están insertos en sendos guardapolvos, disponen de un solo cuerpo para el cuadro flanqueado por dos columnas de orden corintio con tambor y resto del fuste liso, y sostienen un breve frontón partido con espirales.
De composición idéntica a la anterior, salvo por el cuadro que lo presida.
Los críticos coinciden en señalar la variada gama de grises que predominan en el cuadro, sin embargo existen pinceladas propias en rostro, manos, los sayales, el cordón y la yedra que ambienta la escena de la selva o bosque.