La secularización en Uruguay es un proceso que se inicia con la renovación eclesiástica del Vicariato Apostólico en 1859, hasta que se cumple la separación institucional entre Iglesia y Estado, con la aprobación de la nueva Constitución de 1918 en Uruguay.
El concepto tiene un carácter fuertemente polisémico y hasta ambiguo lo que obliga tener cierta cautela en su utilización.
Los historiadores Gerardo Caetano y Roger Geymonat en La secularización uruguaya, 1859-1919 (editorial Taurus, Montevideo, 1997) advierten de estas dificultades e insisten en señalar al proceso secularizador como aquel que conlleva una progresiva “privatización” de lo religioso.
En Uruguay, el proceso fue coincidente con la modernización que se dio en el país, especialmente en el último cuarto del siglo XIX.
Manuel Quintela, Alfredo Navarro Benítez y Joaquín Canabal, ordenando el 15 de ese mes que en todas las salas del establecimiento y en lugar visible, se colocara el siguiente aviso: "La libertad religiosa es absoluta en este Hospital.
Ningún asilado ni miembro del personal está obligado a hacer prácticas religiosas que no desee: eso dependerá enteramente de su voluntad."
En efecto, 1911 marcó un momento de inflexión decisivo hacia la secularización total del Estado.
No obstante, parecía carecer ya de la suficiente fuerza social para oponerse al avance estatal.
En efecto, si bien es posible rastrear ese espíritu mucho antes que se produjera la ruptura institucional, resulta mucho más visible ese repliegue de la Iglesia sobre sí misma a partir de la década del ‘20.
Estas consideraciones sobre el creciente repliegue católico no deben asimilarse, sin embargo, a una ausencia absoluta de las manifestaciones religiosas en el espacio público.
Congreso Eucarístico Nacional, en noviembre de 1938, donde organizó grandes actos que culminaron con una multitudinaria concentración en el Estadio Centenario.
Por todo esto, la historiadora Carolina Greising ha insistido en que debiera revisarse la idea de “Iglesia guetto”.