Con el tiempo la peregrinación creció hasta convertirse en la mayor de toda la región, lo que provocó el eventual cambio del nombre a villa de Guadalupe, evocando a la localidad extremeña.
Después de ser saqueado el Perú por Francisco Pizarro y sus hombres, fueron dados en feudos varios pueblos del valle del Jequetepeque al capitán Pérez Lezcano, que en 1531 entrara con Pizarro en Cajamarca y después vivió con su familia en Trujillo.
Envuelta entre bocados y metida en un baúl, salió de España, desembarcando en el hoy puerto de Chérrepe, donde la virgen calmó furiosas olas que suben en montes y bajan en toros, arrepintiéndose unas a otras, en decir del padre Calancha.
Lezcano puso provisionalmente la efigie en una rústica capilla de su huerto en Chérrepe; y aunque no hay plena concordancia entre los autores en torno a las capillas y templos varios que ha tenido la imagen hasta hoy.
Alrededor del santuario fueron levantándose casas, dando así nacimiento al pueblito de Anlape, hoy conocido como "El Viejo Guadalupe".
Guadalupe empujado por la coronación de su santa y por la ferviente fe católica que le profesa, el año 1967 le erigió un monumento tallado en piedra en la cima del cerro Namul, desde entonces conocido como "cerrito de la Virgen".
“Omnep”, “Anlape”, guardan la historia del sincretismo cultural tras la llegada de los españoles.
Guadalupe, clavado en el corazón del valle del Jequetepeque, yace rodeado de fértiles campos de sembrío, donde se cosecha uno de los mejores arroces del Perú; en estos campos se yerguen, cual lunares, los asentamientos humanos como Semán, La Calera, Limoncarro... los mismos que le inyectan vida y dinamismo.
Dentro de los que cabe señalar se encuentran la familias "Campos", "Malca", " Castañeda" y "Luperdi".