Gregorio Taumaturgo

Fue introducido en la religión cristiana a los catorce años, tras la muerte de su padre, en su bautismo cambió su nombre por Gregorio.

En su panegírico sobre Orígenes, Gregorio describe el método empleado por aquel maestro para ganarse la confianza y la estima de aquellos a quienes deseaba convertir; cómo mezclaba un candor persuasivo con arrebatos de temperamento y argumentos teológicos expuestos hábil e inesperadamente.

Gregorio se dedicó primero al estudio de la filosofía; más tarde añadió la teología, pero su mente permaneció siempre inclinada al estudio filosófico, hasta el punto de que en su juventud abrigaba la esperanza de demostrar que la religión cristiana era la única filosofía verdadera y buena.

No hay ninguna razón para creer que sus estudios fueran interrumpidos por las persecuciones de Maximino el tracio.

Como ejercicio retórico exhibe la excelente formación dada por Orígenes, y su habilidad para desarrollar el gusto literario y la cantidad de adulación entonces permisible hacia una persona viva en una asamblea compuesta en su mayoría por cristianos.

Una fuente antigua atestigua su celo misionero al registrar una curiosa coincidencia: Gregorio comenzó con sólo diecisiete cristianos, pero a su muerte sólo quedaban diecisiete paganos en toda la ciudad de Neocesarea.

;[6]​ los Padres Capadocios del s. IV le consideran el fundador de la Iglesia en esta región.

Las fuentes sobre la vida, las enseñanzas y las acciones de San Gregorio Taumaturgo son todas más o menos criticables.

Gregorio aconseja a su colega, desde una perspectiva de caridad y tolerancia, pero sin descuidar la disciplina.

No obstante, San Jerónimo[18]​ y Rufino[19]​ la enumera entre las obras auténticas del obispo de Neocesárea.

Gregorio dialoga con Teopompo, destinatario del librito, sobre Dios, impasible en sí mismo, y que se preocupa por la vida de los hombres, pero que también este mismo Dios, hecho hombre, pudo sufrir; su triunfo sobre la muerte le ha hecho impasible.

[20]​ Una serie de cartas señaladas por San Jerónimo[17]​ se han perdido, así como el Diálogo con Eliano, del que habla San Basilio en la carta 210,5,[21]​ y que utilizaron los sabelianos pretendiendo encontrar en él sus doctrinas.