Se denomina habitualmente literatura goliardesca a la escrita en latín por clerici vagantes o goliardos, clérigos vagabundos o desertores de los estudios eclesiásticos, al estilo del padre Tuck, aquel frailecillo que acompaña a Robin Hood, escribían y cantaban canciones y poesía.
La opción más difundida es la de un sacerdote expulsado debido a las conductas impropias que identifican sus poemas.
Las constantes persecuciones emprendidas en su contra los orillaron a asociarse con los integrantes del bajo mundo: juglares, saltimbanquis, facinerosos, artesanos, todos ellos organizados en «razones de seguridad».
Eso suponía ya una cierta quiebra del teocentrismo medieval y un avance hacia otra manera de entender el mundo, nuevos aires.
Quizá sea un grupo maldito, una casta de intelectuales nefastos o terribles que escarnecieron y cuestionaron todo.
En el siglo X los mandaron rapar por redadas, para borrarles la tonsura clerical; se les prohibió cantar versos religiosos en las misas; por último, diversos decretos, leyes, ordenanzas y concilios les prohibieron cantar y comportarse conforme al espíritu de sus poemas.
Pero la mayoría de las piezas son anónimos o atribuidas a un misterioso Golias o Goliath que da nombre a la escuela, y sus composiciones se encuentran agrupadas en cancioneros como los Carmina Burana, al que puso música el compositor Carl Orff, el Cancionero de Ripoll y otros.