Fusil anticarro

El empleo de fusiles para tal propósito abarca desde la introducción del tanque hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando estos demostraron ser completamente obsoletos.

La bala K era más costosa de producir, por lo que generalmente solo era suministrada a francotiradores y soldados con excepcional puntería, los cuales podían emplearla con mayor efectividad.

En segundo lugar, la alta presión producida en la recámara podía bloquear el cerrojo y se debía golpearlo con un martillo para abrirlo.

Su calibre de 12-13 mm tampoco era demasiado inusual; otras armas calibre 12,7 mm (0,50 pulgadas) habían sido empleadas en combate con cartuchos cargados con las relativamente nuevas y más poderosas (en comprarción con la pólvora negra) pólvoras sin humo de la época.

Durante la Primera Guerra Mundial, en Estados Unidos se estaba desarrollando una bala de alta velocidad calibre 0,50 pulgadas para utilizarla contra aviones.

Sin embargo, tras algunas pruebas, la munición alemana fue descartada por su inferior desempeño frente al .30-06 Springfield sobredimensionado y por tener un casquillo con semipestaña, que dificultaba su empleo en un arma automática.

Mientras el blindaje se hacía cada vez más grueso en los nuevos modelos, la efectividad del fusil anticarro portátil iba disminuyendo.

Una notable excepción fue su empleo contra los tanques ligeros japoneses en Malasia, donde el fusil anticarro Boys tuvo cierto éxito.

A estos se les sumaron lanzacohetes como la bazuca, cañones sin retroceso y lanzagranadas como el Panzerfaust.

Fusil antitanque polaco Kb ppanc wz.35 calibre 7,92 mm empleado por el Ejército Polaco durante la invasión de Polonia (septiembre de 1939).
Fusil anticarro soviético PTRS-41 calibre 14,5 mm.
Fusil antitanque japonés Tipo 97 calibre 20 mm.